Corazones de litio

Disfruto de la evolución tecnológica tanto como la temo y rechazo. La rechazo por temerla, pero también porque mucho de lo que ofrece me es innecesario. La agradezco, pero no la necesito. Como todos los amores es una relación ambivalente. Me viene bien bajar la ventanilla de mi coche con un botoncito, pero me inquieta pensar que el músculo de mi brazo se vaya haciendo cada vez más pequeño. Cuando las máquinas entorpecen funciones cognitivas y psicológicas, como nuestra capacidad de espera o de disfrute con niveles bajos de estimulación externa, la atrofia de esos músculos me preocupa aún más. Con todo, ni quiero ni puedo obstaculizar este gran río que es la evolución. Sólo deseo que no dejes caer en el olvido esa musculatura que tanto bien puede hacerte. ¿Te gustan los ebooks? Bien, pero no dejes de leer algún libro en papel. ¿Te gusta estar al día? Maravilloso, pero cuídate de que el día no sepa en todo momento dónde estás tú y deja el teléfono en casa por unas horas. ¿Quieres compartir esa preciosa puesta de sol con otras personas? Adelante, pero otras veces no apartes la mirada del ocaso para verlo a través del objetivo de tu cámara.

Si te pido cosas muy pequeñas, pero suenan como retos muy grandes, algo no marcha bien. Una de cada diez veces, eso es lo que estoy pidiendo, y aún así se te hará un mundo no fotografiar y compartir esa puesta de sol. Piensa en ello un momento, de las últimas diez veces que has visto un paisaje bonito, ¿cuántas has disfrutado de él sin intermediarios, sin fotografiarlo con tu móvil? Si respondes que dos me quedo más que satisfecho, pero me temo que no será tu respuesta. Estamos perdiendo la medida. El problema no es que vayamos en coche, sino que nos parezca una tragedia andar.
Tengo una prueba para ti. Sencilla pero muy beneficiosa. Cuando te despiertes por la mañana tarda cinco minutos en mirar tu móvil. Muy probablemente lo tengas en la mesilla de noche, por eso de usarlo como alarma y para ver la hora. El problema es que lo último que ves al despedirte del día, es un pantallazo, y lo primero que ves al volver a la vida, otro pantallazo. Un pantallazo lleno de información y estimulación. Un cacharro maravilloso con infinitos usos, pero un cacharro a fin de cuentas. Si lo primero que haces nada más despertarte es mirar ese teléfono, no dejas de convertirte en un cacharro más. Una especie de humano digital que para funcionar tiene que conectarse a través de un cable USB a su teléfono móvil. Si no nos enchufamos no nos llega la electricidad y nuestra pantalla permanece oscura. Muertos.

Desperézate, date una ducha, desayuna, son sólo cinco o diez minutos haciendo vida de Neandertal. Si no quieres acabar olvidando que eres un ser humano hecho de carne y hueso que sólo necesita un cielo bajo el que soñar, no tengas más testigos de tu cotidiano apagado y encendido que tus pensamientos. No dejes que un cacharro fisgonee en tu cíclico entierro y parto, la luna y el sol son ya de por sí suficientemente bellos.
Cinco minutos, sólo cinco minutos desde que te despiertes hasta que desbloquees tu móvil. Ese gesto es más importante que nunca. Él te ayudará a diferenciar preferencias de necesidades, placeres de esclavitudes. De qué nos sirve haber inventado la electricidad para no depender de la luz solar, si ahora dependemos de la electricidad de nuestros móviles para cargar nuestros corazones de litio.

El rumor del olvido.