Ley de vida

Esto es lo que solemos oír cuando se nos muere un ser querido, envejecemos o nuestros hijos se van de casa. Aunque menos determinantes, por no infrecuentes también nos lo dirán si el amor en nuestras parejas se desvanece, nos hastiamos del trabajo o del reflejo que nos devuelve el espejo.
A menudo quién recibe este mensaje se rebela, como si estuviesen diciéndole que por ser ley de vida tuviese que resultarle más fácil. Por supuesto, que hayan pasado por esa desgracia mil millones de personas no lo convierte en un paseo. Su mensaje no es que no duela, sino que precisamente aún doliendo, se supera.

Las leyes te ayudan a sentirte menos solo, evitan buscar explicaciones extrañas a tus sentimientos. ¿Quieres desaparecer porque se ha muerto tu hijo? Normal. ¿Te sientes un ser feo sin nada que ofrecer porque te ha abandonado tu pareja? Normal. ¿Te avergüenzas ante tu infantil falta de temple cuando la enfermedad o la vejez te guiñan un ojo? Normal, ahí estamos o estaremos todos.
Se nos olvida que es ley de vida maldecir a aquellos que nos dicen que lo que nos ha sucedido es ley de vida. También es ley de vida que creas que no te ayuda en nada que te avisen que es ley de vida. Cómo no, es ley de vida pensar que tu caso es distinto, que nadie ha sufrido tanto como tú. Incluso es ley de vida tener el convencimiento de que serás el primero en no superar lo que esos miles de millones de personas han dejado atrás. Pero es que querido amigo, querida amiga, todos esos sentimientos que tienes son ley de vida. No consuela mucho, pero eso no lo hace menos cierto.

No te dicen que es ley de vida para que sufras menos, eso no sería ley de vida, sino para que aunque te sea imposible de creer, otros que anduvieron a tientas por las más aciagas tinieblas, contra todos sus pronósticos, acabaron recibiendo la luz del día.

El rumor del olvido.