Estas navidades he tenido una conversación con mi sobrina de trece años que quiero compartir contigo. A los dos nos gusta enredarnos en conversaciones difíciles, debemos pensar que nuestra diferencia de edad tiene mucho que aportarnos a ambos.
Llevaba unos pantalones vaqueros rasgados. Se me ocurrió plantearle un caso hipotético para ver como decidía encararlo. Yo me haría pasar por su padre:
—Imagínate que viene Diego (mi hijo de verdad, tiene cinco años) y te mete un dedo en esa raja que tiene el pantalón y tira de la tela hasta romperlo. El pantalón es nuevo por cierto y, te encanta.
—Pues me tendrías que comprar otro.
—¿Yo?
—Sí.
—¿Por?
—Porque no es culpa mía.
—Tampoco lo es mía, cielo.
—¿Entonces?
—Tendrás que comprarte unos pantalones de tu dinero o esperar unos meses que te compre otros.
—¡No es justo tío!
—Recuerda que soy tu padre.
—Vaaaale. Pues no es justo papá.
—Lo que no es justo es que yo tenga que gastarme el dinero en algo que no tengo la culpa. ¡Encima de que ya me lo he gastado regalándote los que llevas puestos!
—Si haciendo la tonta me hubiera tirado al suelo y los hubiese estropeado entendería que no me comprases otro, pero yo no he hecho nada. Estaba aquí sentada tan tranquila y ha llegado Diego y me los ha roto.
—Estoy de acuerdo contigo que has tenido mala suerte. No se debe a tu mal hacer, sencillamente te ha tocado. ¿Por qué debería pagar yo tu mala suerte?
—¡Porque eres mi padre!
—¿Eso me hace responsable de tu mala suerte?
—Sí.
—¡No!
—Es tu obligación. Tu deber como padre.
—No estoy de acuerdo, no veo porqué debería hacerme cargo de tu mala suerte.
—¿Entonces si tengo mala suerte y me muero de hambre me dejas ahí tirada como una rata? ¡Menudo padre!
—Tienes trece años, mi obligación, y mi deseo, es cuidarte, pero gastarme otros setenta euros en unos pantalones que te ha roto la mala suerte no está en mis funciones.
Mi sobrina no me preocupa en absoluto. Una niña tan inteligente, que se permite estas conversaciones desde tan joven, que tiene curiosidad y ganas de pensar, que sabe escuchar y razonar, estoy la mar de tranquilo con ella. El problema, es que esta forma de pensar es la que tenemos muchas veces los adultos. La genética, unos padres tiranos, enfermedades, seres queridos que nos traicionan, todos ellos son mi hijo Diego metiendo sus deditos en nuestras entrañas haciéndolas sangrar. ¿Y qué hacemos nosotros? Culpar de nuestra situación a la mala suerte y sentarnos a esperar que los políticos, nuestros padres e hijos, nuestras parejas, nuestros amigos, se echen sobre sus espaldas la culpa que decimos no pertenecernos. A todos ellos hacemos nuestros PADRES; a ellos responsabilizamos de nuestras desdichas; así nos convertimos en niños con canas.
Si no es culpa tuya ni mía, lo razonable es que tú cargues con tu mala suerte y yo con la mía. Nos podremos ayudar o no, pero no nos culpemos mutuamente ni de nuestra suerte ni de nuestra pasividad para encararla.
El rumor del olvido.