Mamá naturaleza

Como no podía ser de otro modo, la nombro en femenino porque es una madre. Sé, que hay madres que no querían tener hijos, madres feas, madres zorras, madres esquivas, madres egoístas y madres que les jode que se asocie a la mujer con la protección y el afecto. No es el caso de mi madre Naturaleza.

Ella, a la que otros llaman Él y lo buscan en los templos, es la dueña y señora de todo cuanto existe. Incluso las personas. Es desconcertante la templanza con la que nos engendra y a su debido tiempo, nos destierra. Es un amor incondicional, perverso en su sencillez.

La naturaleza es bella. Siempre bella. Ya sea en el perpetuo silencio de las montañas, o en el dulce bailar del agua en el mar. Es bonita cuando la vista se pierde en los páramos, o cuando es acariciada por los susurros del bosque. Nadie hay más coqueta que cuando ella se levanta. Solo una. Ella misma cuando en el atardecer se recuesta. El olor a lluvia reconforta, el sol en la cara serena.

Nadie como ella sabe elevar tus sentidos, hacerte sentir querido, y a la vez, su poder, su dureza e incluso su crueldad, no conocen igual. Ya sea una tormenta en la montaña o un mar embravecido, es pasmosamente ridícula la facilidad con la que “Mamá” humilla a sus hijos. En ella, uno se siente grande, único, a la par que pequeño y anónimo. Su compañía es atemporal, la maestría para envolverte en la más profunda soledad, también. Es innegable, que llega a desquiciar la imparcialidad de su mirada, pero, a cambio, no es rencorosa aunque la descuidemos o no la visitemos.

Es tanto lo que he aprendido de ti, tanto lo que sé de mí gracias a ti, ¡que cómo no ibas a ser mi maestra!

R.R.R.

Este miércoles he soñado que la naturaleza me arropaba entre sus brazos forjados de viento, roca, agua, hojas y estrellas. Al despertar he descubierto que había sido un dulce sueño de primavera, y en mi cuaderno la fantasía había escrito estas palabras y tomado esta fotografía.