Hace unos días una persona en mi consulta me manifestaba sus problemas para encarar un proyecto laboral. Este hombre ha sido un referente a nivel nacional en su profesión, y después de unos años alejado de la primera línea, le ha salido un proyecto importante en el que teme no estar a la altura. En verdad, durante los casi treinta años de carrera profesional, dónde los éxitos se sucedían sin descanso, siempre le horrorizó la idea de fallar.
A él le escribí este cuento, y contigo lo comparto ahora:
Erase una vez, un Álamo que vivía en la sierra de la Pedriza. Hay muchos parques naturales repartidos por el mundo, y en cada uno de ellos, si buscas, la naturaleza siempre le gusta dejar un árbol que sobresalga entre los demás. En este caso, lo que más hay en la Pedriza son Pinos, por lo que un árbol caducifolio destaca con sus centelleantes hojas sobre los demás. Alguien podría pensar que la naturaleza es injusta dando más color a unos que a otros, pero se equivocaría, porque el Álamo necesita de los Pinos para destacar como los Pinos necesitan que el Álamo se quede calvo para presumir de su larga y blanca melena en el invierno. En la naturaleza todo está interconectado y nadie es más importante que nadie.
El caso, es que este árbol recibía visitas no sólo de toda la comunidad de Madrid, sino de todo el territorio nacional. El motivo, de una de sus ramas presumía altiva una hoja de tamaño descomunal de un fulgurante naranja. Era curioso de ver, porque el árbol sólo tenía una hoja en todas sus ramas, lo que hacía que sobresaliese aún más ésta.
Una mañana, un buitre carroñero tuerto y decrépito fue a posarse justo en la rama dónde estaba la maravillosa hoja ocultando su visión. El Álamo le suplicó que se largara de allí, pues a no muy tardar los guardas del Parque abrirían la entrada y cientos de personas vendrían a verle.
El buitre, que sentía suya la Pedriza como pudiese serlo de cualquier otro ser vivo, se negó a tal petición alegando que encontraba muy de su agrado la serenidad que le daba el Álamo. La savia corrió por su corteza, pero de nada sirvieron las lágrimas del árbol para hacer cambiar de opinión al buitre.
Finalmente los senderistas fueron llegando. Ciertamente algunos se decepcionaron mucho de venir desde tan lejos a ver la gran hoja del Álamo y encontrar en su lugar a ese pajarraco calvo con cara de tan pocos amigos, y se largaron entre quejas y bufidos. Otros disfrutaron del árbol, aunque el Álamo no se diese cuenta. Estaba éste tan acostumbrado a las sonoras exclamaciones que no era capaz de valorar las mundanas felicitaciones. Tras un rato mirándole y haciéndole fotos se iban, pero al árbol le parecían pocas fotos y poco el tiempo que habían pasado admirándole.
Al final, solo quedó una niña de ocho años que se resistía a irse. Asegurándose que no había nadie más por la zona, el Álamo habló:
—¿Por qué no te has ido niña?
—¡Hablas!
—Claro, todos los árboles lo hacemos; pero no venís al bosque buscando que os hablemos sino que os escuchemos.
—Y por qué me hablas entonces.
—Porque no puedo disimular más mi tristeza.
—No llores, o me pondrás triste a mí también.
—Vete, aquí no haces nada. Lamento haberte hecho venir para esto.
—¿Puedo hacer algo por ti Álamo?
—No niña, que vas a hacer tú por un viejo como yo. ¡Vete!
Los ojos de la niña amenazaron con ahogarse.
—No, espera, igual si puedes serme de ayuda. Hazme el favor de coger una piedra y tirársela al buitre que duerme en mi rama.
—¿Por qué quieres que haga eso?
—Porque no deja a la gente ver la hoja por la que han venido a verme.
—Yo he venido a verte a ti Álamo, y si hoy tienes un buitre en tu rama, ese eres tú hoy y no otro. Por eso sigo aquí junto a ti.
—Son palabras bonitas, lástima que vengan de una niña.
—No Álamo, la lástima es que estés tan pendiente de tu preciosa y enorme hoja naranja que no veas todas las otras hojas que tienes en otras ramas.
—Es esa hoja y no las demás las que hacen venir hasta aquí a las personas.
—Tú no has sido puesto aquí para que te contemplen, sino para que seas lo que tengas que ser.
—Gracias niña.
—No me las des a mí, dáselas al buitre.
Esa hoja naranja son tus virtudes, cuídate de no apreciar más ésta que al conjunto del árbol.
Con permiso del viento.