La Gran Hostia

Ayer mismo camino del trabajo, Dios me tiró de la moto. Vayamos por partes.

En primero lugar soy agnóstico, pero me gusta priorizar la belleza de las palabras y las ideas a la desangelada realidad, de ahí, que cada vez que aparezca Dios en este relato responda más a fines narrativos que a su divina figura.
Si te pido que te imagines el típico idiota que va como un loco con la moto, rápido te viene a la cabeza a que me refiero. Pues yo soy de esos idiotas. Me gusta la velocidad y, aunque llevo años intentando echarle el guante, siempre va por delante. Es una de las batallas que pierdo más veces que gano, y eso que es una de las batallas que más quiero ganar. Soy más prudente que con veinte años, pero sigo siendo muy imprudente para tener cuarenta y tres años y dos hijos.

Ayer llegué a un semáforo con intención de cruzarlo en ámbar. El rojo apareció antes de lo acordado y en un primer acto fui a saltármelo, para tener el impulso al ver a un peatón esperando en la acera, de parar. No iba muy deprisa ni el peatón quedaba cerca de mí, pero tomé la decisión de no hacer lo incorrecto. Dios debía estar de paseo por allí y recompensó mi buena elección tirándome de la moto de mala manera. Al clavar los frenos en el último momento, me fui al suelo de bruces. Iba recto, por lo que la pérdida de control de la moto fue incomprensible, me lo sigue siendo. No hay por tanto otra explicación que fue Dios quien me tiró.
Esta vez me he hecho daño. Nada grave, contusiones en mandíbula, muñeca, tobillo, rasguños varios, pero más daño de lo que me había hecho nunca. Por eso sé que me tiró Dios, fue su forma de recompensarme por haber parado en ese semáforo. Iba más despacio que esos capullos que van con la bicicleta por el Retiro tomando a los peatones por conos de un circuito y, con todo, la caída fue muy tonta, tan tonta, que me dio por pensar en La Gran Hostia.

He tenido tres accidentes de coche (el último hace más de 10 años; ahí vamos mejorando), y me habré caído unas cuatro veces en moto, casi todos ellos por culpa mía, y he tenido la mala suerte de nunca hacerme nada. Da igual lo que diga la razón, el empirismo se impone. Soy invencible. Es un pensamiento absurdo, que racionalmente nunca defendería, pero la verdad, es que me he dado unas buenas castañas y nunca me he hecho daño. Hasta ayer. En esa caída tan ridícula.
Hoy estoy dolorido. Cada vez que me duele la boca al hablar, la mano al escribir o el tobillo al andar me alegro. En un principio me enfureció caerme, son muchas las veces que hago el idiota en la carretera y ayer no fue una de ellas. Tampoco ha sido ni de lejos la caída más aparatosa. Sigo sin entender qué demonios pasó, cómo pude caerme, pero me alegra haber comprobado, por fin, que el suelo está tan duro como dicen, porque las otras veces, aunque iba más deprisa, no me lo había parecido tanto. No quiero ni imaginarme lo duro que debe estar en La Gran Hostia.

No te contaría todo esto si no estuviese pensando en ti. Los enemigos más peligrosos son aquellos que al principio no golpean fuerte. Uno llega a creerse, los datos empíricos así lo avalan aunque la razón diga lo contrario, que el tabaco no mata, los problemas de comunicación no acaban en divorcio, el estrés laboral no colapsa tu corazón, o beber más vino de la cuenta no te enfila al alcoholismo ni un exceso de porros a la apatía. Claro que sabes que la gente muere por fumar, pero la realidad, la única realidad constatable, es que hoy te has fumado veinte cigarros y no ha pasado absolutamente nada. Ese es el verdadero peligro, uno sólo aprende cuán duro está el suelo cuando le duele, y la mayoría de nuestros hábitos perjudiciales cuando duelen de verdad, ya puede ser demasiado tarde.

No te engaño, dentro de diez días tengo muchas posibilidades de estar haciendo otra vez el idiota con mi moto, pero este dolor que hoy me acompaña es un buen punto de partida para esta vez intentar ganar esta batalla. Ojalá Dios ande cerca de ti y te meta un bofetón, pero por si está tomándose unas pipas en las Maldivas, urge que te repitas que no eres distinto a los demás ni invencible, caerás dónde otros han caído. Antes o después, de una forma o de otra, si sigues por ahí, caerás. Hazte un favor y evítate La Gran Hostia. Sobra decir que Tu Gran Hostia, arrasará con los que anden cerca tuyo.

El rumor del olvido.