Hoy, saliendo del colegio después de haber dejado a mis hijos, me he cruzado con una niña de unos once años corriendo desbocada, con la chaqueta abierta, la mochila arrasando en sus precarios virajes todo lo que encuentra a su paso, el rostro hinchado y sofocado del esfuerzo. Todos hemos llegado tarde alguna vez, lo singular de esta niña, es que me la encuentro de esta guisa una media de tres días a la semana. Todo el curso escolar.
Habla bien de ella el ímpetu con el que encara su retraso. Tendrías que verla, lo da todo. Nada que ver con esas personas que para bien y para mal, han aceptado su impuntualidad. Qué difícil encontrar el equilibrio entre no sentirte un miserable por tus imperfecciones y, no dejar que estas se adueñen de ti. El caso, es que viéndola correr de esa manera, un día, y otro día, me ha sido inevitable preguntarme cuándo dejará de correr, cuándo dará por pérdida su batalla contra la impuntualidad. ¿Dentro de unos meses? ¿Quizás su terquedad la lleve a luchar contra su impuntualidad uno o dos años más?
No es suficiente con tener buena intención. Una buen intención, como no cabe duda tiene esa chica corriendo como alma que lleva el diablo para agradar a dios, sin un buen plan de intervención, sólo puede conducir al fracaso. Me da mucha pena, pero es lo que temo sucederá. Cuando uno se deja la piel en algo y no consigue nada, es cuestión de tiempo que se sienta estúpido y abandone. No podemos luchar eternamente.
Lo veo constantemente. Personas que sufren durante meses y años en su tenaz intento por dejar el alcohol, el tabaco, la infidelidad, ir deprisa con el coche, el estrés laboral, los gritos y demás propósitos. La buena intención es necesaria así como lo es la perseverancia, pero tanto una como la otra están sobreestimadas. Se necesita un buen plan y llevarlo a cabo. La cabezonería debe mostrarse en dar con ese buen plan y aplicarlo, no en ir como niños valientes blandiendo nuestras espadas de madera contra leones.
La solución no es correr, la solución es levantarse antes. No digo que sea sencillo, para esa familia no debe serlo si tanto les cuesta, pero es ahí donde hay que dirigir los esfuerzos, sino, desgraciadamente, pronto llegará el día que esa niña se diga a sí misma: “Estoy harta de sentirme idiota llegando siempre tarde. Estoy harta de fracasar. Estoy harta de decirme que esta vez va a ser distinto para acabar siendo igual que siempre. Estoy harta de sentirme mala persona por fallar. Estoy harta de luchar contra lo que soy, mejor bajar los brazos y aceptar mi impuntualidad, mi promiscuidad, mis adicciones, mi vaguería, mis miedos, mi agresividad…”.
No me digas que no es una pena que alguien que corre con la determinación de esa chica para no llegar tarde, el año que viene me la encuentre andando a la entrada del colegio cuando el resto de niños ya están en clase. Y lo triste no es la impuntualidad, sino que lo sea con todo lo que se esforzó por no serlo.
Un esfuerzo mal dirigido es un esfuerzo baldío.
Esfuérzate en acertar en qué parte del proceso de cambio debes esforzarte.
Reverso.