Sé que la victoria de hoy es la derrota de mañana. Nuestra inteligencia será la causa de nuestra extinción. Esta pandemia que has enviado, no por dolorosa deja de ser necesaria. La humanidad tiene muchos problemas, pero ante todo y por encima de todo padece uno, la superpoblación. No puede haber 7.000.000.000 de humanos en lo que entendemos en España por clase media. Incluso aunque fuésemos en bicicleta, las fábricas necesarias para fabricar siete mil millones de bicicletas serían una ruina ecológica. Madera para hacer siete mil millones de mesas. Autobuses que nos lleven a siete mil millones de personas a pasar el sábado al campo o de viaje en Navidades. Judías con patatas, filetito de ternera y un yogurt para 7.000.000.000, ensalada y vasito de leche de cena para 7.000.000.000, tres piezas de fruta diarias para 7.000.000.000, cereales y tostadas para desayunar 7.000.000.000.
Sobra gente. Especialmente occidentales, que hacen varias comidas al día y les gusta ir de pueblos los domingos. Esto es así. La pandemia venía a regular la población. Si hay más lobos que ovejas, los lobos empiezan a morir de hambre o en trifurcas entre ellos (guerras), para hacerse con el 5G (los recursos). Entonces las ovejas prosperan, lo que hace que después los lobos supervivientes vuelvan a tener presas para alimentarse y el ciclo se renueva. La sabiduría de la naturaleza en inigualable. Esta pandemia responde a un impulso del universo reclamando equilibrio homeostático, y ganarla, es hacer más cruel y masiva la derrota de mañana.
Lo acepto, pero dicho esto, te hemos ganado. Nos has lanzado el dardo más envenado que tenías en tu arsenal y míranos, seis meses después estamos quedando con nuestros seres queridos, riendo con nuestros amigos, haciendo deporte, nadando en la playa, comiéndonos un bocadillo en un bar y saltando por los riscos en la montaña.
La capacidad de la humanidad para trabajar en equipo frente a un enemigo común es sobrecogedora. La ventaja que nos da la tecnología, es simple y llanamente, ciencia ficción. La determinación de las personas es propia de superhéroes. Somos un macro organismo formado por 7.000.000.000 de células interconectadas por Zoom. Un científico chino debate a miles de kilómetros con otro canadiense los resultados de la vacuna experimental que están desarrollando. Hemos inventado aviones que pueden hacer llegar toneladas de material sanitario a otro continente en unas horas, cuando hace apenas doscientos años ir al pueblo de al lado con un fardo nos habría llevado días. Inventamos tratamientos en meses como el que se saca un as de la manga. Si faltan respiradores, los construimos. Adaptamos la vela a los vientos que azotan nuestra embarcación. Nos escoramos para adaptarnos, pero lejos estamos de zozobrar.
Cada muerte es dolorosa, un drama para sus allegados, pero siendo el dardo más envenenado que nos has enviado en un siglo, sólo has podido matar a 50.000 españoles de 50.000.000. Sin ti, perdimos el año anterior a 470.000 compatriotas, contigo, tú que tanto nos asustas con tu sonrisa de inframundo, hemos perdido 520.000. Insisto que cada muerte es una triste pérdida, pero yo hablo en nombre de la humanidad, de la colectividad, que es la única forma de hablar cuando abordamos la historia. Una sola muerte es cruel, no hablamos de eso, sólo decimos que para hacerte llamar pandemia, haber anegado el 0,1% de nuestras cosechas (fallecidos por Covid), no podemos decir que hayas arrasado con nuestros cultivos. Nos has lanzado una plaga de langostas bizcas y cojas. No es que te hayan faltado ganas, es que no has estado a la altura del contrincante que tenían en frente: los humanos.
A un número aún mayor de españoles les has quitado el trabajo o les has dejado en una situación económica delicada cuando no precaria. Muchos cerraran sus negocios. Les despedirán. Pero sabes qué, prosperarán. Saldrán adelante. Antes o después, se levantarán profesionalmente. Pasarán unos años difíciles, pero se reinventarán, se adaptarán a otra economía. Cambiarán sus vacaciones en Cerdeña por un bocata de sardinas en el pueblo de sus padres, plan, por otro lado, tan enriquecedor como pueda serlo cualquier otro.
Estoy más preocupado por el daño emocional que se están haciendo muchas personas a sí mismas por tu sola existencia, aunque ni les roces, que esa minoría a la que realmente has hecho daño físico. La pandemia del miedo sí que puede hacer estragos en la economía, los está haciendo de hecho.
Eres un virus respiratorio. Incoloro e insípido. Invisible. La estrategia es buena, eso no puedo negártelo. Blandimos nuestras espadas contra el viento. No pasa nada, la comunidad científica se pone a estudiar el arte de la guerra contra los virus errantes y nos proporcionan un protocolo de combate. Lavado de manos, distancia social y mascarillas. Es verdad que algo no marcha bien en este país. Ahora quieren que llevemos la mascarilla cuando cagamos solos en un desierto, al margen de la distancia social de metro y medio. De toda Europa, en España somos los que estamos tomando las medidas más severas tanto en el confinamiento como en el uso de la mascarilla, pero somos los que peores cifras tenemos por cien mil habitantes. El absurdo lema, que la inmensa mayoría de la población ha aceptado, es que debemos hacerlo por responsabilidad cívica. ¿De verdad, que nos creemos más cívicos y responsables que los alemanes, suizos, franceses, suecos o ingleses que no llevan la mascarilla cuando pueden mantener la distancia social? ¡Venga ya! Eso sólo puede afirmarlo alguien que nunca haya estado en un restaurante francés, no haya visto los horarios vecinales en las casas suizas o no haya conducido su coche por las carreteras noruegas. En España, cuando vemos un peatón acercarse a un paso de cebra, aceleramos y, ahora resulta, que somos los que más cuidamos de la salud del prójimo. Lo que somos es unos catetos. Nos ponemos una mascarilla, ahí, bien visible, para que las señoras que se ponen en la puerta de sus casas de pueblo en las tardes de veranos a ver el tiempo correr, nos vean bien y no chismorren, y luego, besamos a nuestros mayores en los cumpleaños o ponemos multitas de Playmobil a aquellos locales dónde se hacinan cientos de jóvenes sin mascarilla.
Estoy pensando que alguno podríais decirme: “No Rafa, nos ponemos la mascarilla precisamente porque somos los irresponsables de Europa”. Eso me cuadra más. Llevar la mascarilla en todo momento no es una muestra de país ejemplar, todo lo contrario. Para los alemanes, que no tienen límites de velocidad en sus carreteras, que los tengamos en España no es una señal de madurez, sino un aviso de que a los españoles les falta la sensatez para saber cuándo se puede correr y cuándo no. Usar la mascarilla siempre nos condena a permanecer en el histórico cliché tipical hispanis: “Pon semáforos a esta gente que son unos feriantes y rápido te la lían”. Me enorgullecería más si el mensaje que lanzamos desde España fuese: “Nos saldrá regular, porque para bien y para mal, los españoles somos como somos, pero no vamos a dejar de intentar hacer las cosas bien, Ser responsables por convicción, no porque dios, papá o el policía vayan a castigarnos. No vamos a matar moscas a cañonazos, no vamos a acabar con la rabia matando al perro, no vamos a ponernos mascarillas al aire libre si podemos mantener la distancia social. Vamos a coger el difícil camino de la moderación, la responsabilidad y la libertad”.
En fin, creo que las motivaciones responden más al miedo y al pensamiento acrítico que a que seamos los responsables de Europa. Pero sabes qué señora pandemia, ni en esto eres capaz de jodernos como es debido, como pasó por ejemplo en la Guerra Civil. Si me junto en una boda con alguna de estas personas, yo le acusaré de infantil docilidad, él a mí de infantil rebeldía, y cinco minutos después de discutir, olvidaremos nuestras diferencias y nos entregaremos a disfrutar de nuestra compañía. ¿Qué mierda de pandemia eres que no eres capaz ni de enemistar a los humanos?
En definitiva, nos hemos caído de un séptimo, o mejor dicho nos has empujado, y sólo nos van a amputar una pierna. Cuidado, perder una pierna es una gran faena, pero para habernos caído desde tan alto, podemos estar más que contentos de nuestra suerte.
Es verano. Sí, a pesar tuyo es verano. Ya te he dicho que no todo gira en torno a ti. Los humanos hacemos planes. Yo mismo me voy mañana de vacaciones. Estaré un mes desaparecido. Tengo propósitos muy agradables. Tampoco has podido arrebatarme eso. Menuda mierda de virus que eres.
Igual durante las vacaciones te me metes por el culo y me pongo malo un par de semanas. Bueno, aún me quedará otro par de semanas para disfrutar.
Igual te metes en el culo de un ser querido, tanto, que te le llevas. Bueno, eso hará que tenga unos meses realmente tristes, pero seguiré comiéndome la vida hasta que un día vuelva a tener sabor. Si no tengo vacaciones este año, las tendré el siguiente. Lo último que querría ese ser querido que me has robado, es que dejase que una bastarda como tú me arrebatase permanentemente las ilusiones.
Igual te metes tanto en mi culo que me matas. La estadística dice que es poco probable, pero por supuesto podría darse esa posibilidad. En ese caso, me pillarás riendo, queriendo, compartiendo, bailando, cantando, paseando, nadando, corriéndome y acariciando. En el peor de los casos me matarás, pero no me ganarás. Para ganarme tendría que tenerte miedo, y no te lo tengo. Me siento protegido por la humanidad, ese organismo que en seis meses está consiguiendo que la vida sea muy parecida a lo que era. Y esto en seis meses, con suerte dentro de un año no darás miedo con tu sombra ni a los niños. ¿Y tú te haces llamar pandemia? ¿Tú estabas destinada a ser el azote de la humanidad? Eres un virus sin corona, no eres digna de hacerte llamar reina. Los reyes de antes si que eran unos grandísimos hijos de puta que exterminaban poblaciones enteras, tú, sólo eres un virus que has trastocado los planes de la humanidad lo que una ola desvía la trayectoria de una ballena. Lo único que sucede es que esa ballena, al ser la verdadera reina de los océanos, se ha vuelto algo débil y caprichosa, y lleva muy mal que las cosas no salgan exactamente como ella querría.
Superado el descoloque inicial propio de quien tiene tanto poder que ha llegado a creer que puede controlar la naturaleza, somos fuertes, adaptables, inteligentes y casi invencibles cuando trabajamos en equipo, si quieres hundirnos, tendrás que esforzarte mucho más. No va a ser fácil que nos quites las ganas de vivir.
Los políticos, los científicos, las personas de a pie, el personal sanitario, en definitiva, todos hemos puesto nuestro granito de arena, todos estamos consiguiendo que nos hagas sangrar pero no nos tumbes. Qué quieres que te diga, estás muy, muy, muy lejos de tumbarnos. Eres una pandemia raquítica. Míranos, sólo seis meses, no cincuenta años, ¡seis meses!, y la gente ríe, come y charla. Has perdido, esto es así. No estés triste, eres muy cabrona, has peleado bien, pero más cabrones somos nosotros.
Por supuesto, podría poner el acento en los pliegues más oscuros y patéticos de esta historia que nos ha tocado vivir. No escondo que la tibieza de tu bofetada responde más a la piedad que a la debilidad, alterando mi descanso la incertidumbre de cuánto apretarán mañana tus garras el cuello a la humanidad. No, no puedo negar el tufillo condescendiente de este texto, pero sirva para contra restar el halo a miseria y putrefacción de los medios de comunicación. Podría quedarme con lo malo de los humanos, que hay mucho, ¡pero porqué iba a hacer eso si me voy mañana de vacaciones! La única forma de ganar a las enfermedades graves es sonriendo cada segundo que nos deja de golpear.
La humanidad es preciosa. Sí, también imperfecta, y triste y cruel, ¿pero qué tiene que ver eso con su belleza? Una raquítica pandemia como tú no le arrebatará su luz.
Reverso.