La excelencia ni de lejos correlaciona con la felicidad, es más, todo lo contrario. Hay más cajeros del Carrefur felices en Benidorm tomándose un bocata de calamares, que consultores hincando el diente a su langosta en las Maldivas felices.
¿Por qué la excelencia no correlaciona con la felicidad? Porque en la mayoría de los casos es antinatural. El ser humano se ahoga en su propia apatía si no sale de su zona de confort, pero no menos asfixiado vive si no abandona sus límites.
Una cosa es el esfuerzo, amigo para el que sólo puedo tener buenas palabras, y otra bien distinta el sobreesfuerzo. Usaré para explicarme un símil automovilístico. En los coches diésel la zona roja del contador de revoluciones empieza más o menos en torno a las 4000 vueltas. Por debajo de 2000 el coche va durmiéndose en las curvas, más muerto que vivo aunque como está en movimiento uno tiene la falsa sensación de estar aprovechando su vida. Avanzando. Entre 2000 y 4000 está la horquilla de la eficiencia, una andadura dónde el motor encuentra un sano equilibrio entre esfuerzo y rendimiento. A esas revoluciones, vas a toda pastilla con el añadido de que el motor te aguantará 400.000 o 500.000 kilómetros. Una combinación maravillosa entre velocidad, vida vivida, y kilómetros, vida recorrida. A veces, ya sea por placer o porque las circunstancias lo demandan, nada como meter un achuchón al motor en una cuesta arriba y llevar sus bujías al límite. La adrenalina nos envuelve y sacamos el pura sangre que llevamos dentro. Estamos en la zona roja del cuenta revoluciones. La vida ruge con pasión. Somos imbatibles. El tiempo se detiene. En el mundo animal, el rojo es un aviso de peligro. Serpientes, peces, insectos, si visten colores muy vivos, no te acerques mucho a ellos. La zona roja es un comodín, un exótico animal que ver de vez en cuando. No un bicho para poner a las faldas de tu sofá y acariciarle mientras tomas unos panchitos. Las zonas rojas son de coger y soltar, y el que se queda anclado en ellas, antes o después, recibe la mordedura.
La excelencia requiere llevar un organismo en su zona roja de revoluciones durante mucho tiempo. Lo más normal es que ese motor se gripe a los pocos años, pero eso que más nos da a nosotros. El foro del circo romano ha disfrutado viéndoles por la televisión haciendo un deporte o consagrando su vida a una investigación contra el cáncer. Por el camino, la mayoría de ellos han dejado un surco de ataques de pánico, estrés, divorcios y demás conflictos interpersonales, adicciones, amargura, mal carácter, incluso, problemas de salud que saldrán a la luz más adelante, pero eso al pueblo nos importa un cuerno. “¡Saltad, saltad para nosotros pequeños seres excelentes que tanto nos entretenéis en nuestras tediosas tardes de verano!”. Me viene genial que haya médicos, pilotos de aviones, científicos, que se entreguen a la excelencia: mejoran sustancialmente mi calidad de vida. No deseo a ninguno de mis seres queridos la excelencia. El trabajo sucio mejor que lo hagan otros.
Si acabas la carrera muerto, de mal humor, está por encima de tus posibilidades. Puedes presumir de ser un cabezota, de estar por encima de las limitaciones de tu organismo, eso se lleva ahora mucho de moda. Salir de la zona de confort y a ser posible, vivir en la zona de tus límites.
Me gustan los do de pecho, pero no vivir en ellos. Acabar el maratón al punto del colapso me parece divertido una vez, más veces, es una estupidez.
Si alguien me dice que eres excelente en algo no encontrarás mi felicitación, si no mis condolencias. Salvo que sea una excelencia puntual que sueltas al poco de coger para que no te muerda…
El rumor del olvido.