Estoy con un paciente en el monumento de los hermanos Álvarez Quintero, en el Retiro. A veces hago la sesión en la calle, y si el día está bonito, que no necesariamente significa que sea soleado, nos acercamos dando un paseo al Retiro. Al llegar a la estatua nos sentamos en un banco de mármol. El jinete y la dama del monumento tan enamorados como siempre, el sol detrás de los árboles cincelaba el paisaje, y al gorgoteo de la fuente y de nuestra conversación, había que añadir cinco latas de cerveza, tres botellas de vino de cristal, unos cuantos vasos de mini, y un par de bolsas de plástico. Todo ello flotando en los tres niveles que forman la fuente central. Me era muy difícil disfrutar de la belleza del lugar con esa porquería alrededor. La basura era un imán que no dejaba de captar mi atención.
No estaba especialmente enfadado. Entendía que ese banco había sido usado para otros fines distintos a mis deseos, pero es que ese banco no era mío ni de nadie, ni mi uso de él tenía prioridad a cualquier otro uso posible. Era un daño reparable, los barrenderos lo limpiarían, pero triste a mi vista. Pensé en quitarlo yo, pero no entendía porque tenía que limpiar la mierda de otros, otros, además, que eran unos cerdos. Otros pensamientos vencieron esta resistencia animándome a formar parte de la solución y no quejarme del problema. Además, me insté a la practicidad: “ya que vas a estar allí un rato, sé listo y coloca las cosas a tu gusto”.
Aunque estos motivos tuvieron su peso, no fueron por ellos por los que vencí la pasividad que se esconde tras las bellas ideas, sino por quién me acompañaba. Pensé, que sería un grato legado para un chaval de trece años ver a su carcamal y emperifollado terapeuta (con esas edades todos los seres de más de cuarenta años son carcamales emperifollados), remangarse el abrigo y recoger la porquería de esos borrachos. Así lo hice, y así se unió él. En cuatro viajes a la papelera y no sin cierto asco, dejamos la fuente no sé si cómo debía de estar, pero sí como a nosotros nos gustaba que estuviese.
Esa tarde de invierno de hace un año salimos ganando los dos. Yo, por darle ejemplo, encontré la fuerza para hacer algo que era bueno para mí, él, comprobó que los adultos, a veces, se deshacen de sus cómodas zapatillas de estar por casa y cambian sus elocuentes discursos sobre lo que hay que hacer, para simplemente, hacerlo.
Ojalá me encuentre más veces acompañado de jóvenes en situaciones difíciles. En ellos encontraré la fuerza para actuar, callando la boca a ese viejo perezoso y cascarrabias que por A o por B, tan intuitivo le resulta protestar y mirar hacia otro lado.
Tú…Sí, tú… Ven y acércate por favor a la orilla. Un poquito más cerca de mí. Así… ¡Mira cómo ha ganado belleza mi reflejo ahora que estás a mi lado!
Este monumento, el de los hermanos Álvarez Quintero, sale en mi último libro, Reverso, señalando en un momento dado al protagonista el rumbo a seguir. El caso, es que cuando uno se mueve, inevitablemente, algo de él mismo queda atrás. Cómo las hojas caen de los árboles en otoño para que en primavera otras puedan ocupar su lugar, hoy muere una parte de mí, y de nosotros, para que mañana pueda nacer otra. Hoy es el último día de, “Diario el rumor del olvido”. La semana que viene, será el primer día de, “Diario Reverso”,
Al igual que ese chaval me ayudó a actuar de una manera buena para mí, tu presencia al otro lado da sentido a mis palabras, ella es un poderoso incentivo para levantar mi culo del banco y ponerme a escribir. Gracias por acompañarme y endulzar el reflejo que me devuelve la fuente.
Las aspiraciones de esta novela son entretenerte, ayudarte a aceptar cada lado, pliegue y esquina que forman tu persona y, ojalá te anime a viajar.
La presentación tendrá lugar el martes 18 de Febrero, en la Biblioteca del Retiro, a las 19:30. Yo andaré por allí desde las 19:00 para el que quiera charlar.
Reverso. Editorial Adarve.
El rumor del olvido.