La guapa del baile

Cuando un chaval, o un adulto hablándome de cuando era chaval, me cuenta que destaca jugando al fútbol, en los estudios o ligando, le doy el pésame.
No entiende nada, normal, pero tras la explicación no quedan dudas.
Por supuesto, que seas el que mejores notas sacas de la clase es una maravilla y te felicito y me alegro por ti, pero como eso ya te lo dicen los demás, mi labor es hacer de contrapeso.
Aquellos que destacan en una etapa tan importante en la construcción de una persona como es la juventud, arrastrarán una condena muy pesada. La obligación de brillar por encima de los demás.
A uno con tantos halagos le hacen creer que es especial, y se pasa el resto de su vida intentando reproducir esa sensación. No importa si fue buscado o encontrado, has forjado tu identidad bajo la premisa de que eres la guapa del baile: a quién se dirigían los focos, por quién susurraban y por quién paraba la música. Si sabemos que una parte crucial en la felicidad son las expectativas, qué presión ser siempre la más luminosa, y qué frustración cuando no se está a la altura y la luz no alcanza la intensidad exigida; no digamos ya si hay otra bailarina más bella, grácil y simpática.

Entonces, ¿si algo se me da bien debo hacerlo mal a posta? No, sería una pena desperdiciar las virtudes con lo caras y esquivas que son. Basta con que te recuerdes que eres bueno en algo, pero que no lo eres en todo; que eres bueno, pero los hay mejores aunque aún no te hayas topado con ellos; que ser bueno en algo no te hace especial, sino bueno en algo; que los aplausos y atenciones que recibes son insostenibles en el tiempo, y sería asfixiante vivir persiguiéndolos.
¿No sientes la liberación? Ser tú. No la niña de tus padres, el admirado por tus amigos o el felicitado por los profesores. Sólo tú. Uno más.

Me alegro de tu protagonismo casual, pero espero sepas disfrutar de tu anonimato habitual.

El rumor del olvido.