¿Niños malcriados?

La vida desde mi estantería era mucho más sencilla. Desde luego.

Ahora he entendido lo que ya había leído en algunos de mis libros vecinos, que la felicidad viene de la simpleza, porque una mirada analítica, amplia, profunda, revolucionaría, acaba por descubrir algo de fealdad hasta en el rostro más hermoso; y si hace esto con lo bello, que no hará con lo sucio, falible y desagradable. Por otro lado es verdad que cuanto más abarque la mirada más perspectiva coge uno de la vida, más realización siente y más decisiones acertadas puede tomar. Como todo ambas tienen ventajas y desventajas, y como en gran medida tenemos la mirada que tenemos y no podemos tener otra, cada cuál que se agarre a las ventajas de cada una.

¡Qué fácil era mi vida en la estantería! ¡Qué simple era mi vida antes de saber encender un televisor! Esta semana he aprendido a encender una televisión, y mi concepción del universo ha cambiado para siempre. Especialmente gracias a los telediarios. Estoy seguro que si a los fetos les pusiesen el telediario de las tres, el ochenta por ciento cogía el cordón umbilical y se ahorcaban del corazón de sus madres. El telediario, el momento cultural estandarizado en cuyo escenario se aúna a más espectadores que cualquier otra obra, utiliza ese espacio de encuentro entre ciudadanos para recordarnos, día tras día, en dos o tres informativos diarios, todas las desgracias que están aconteciendo, o pueden acontecer en los próximos cien mil años: plagas, enfermedades, accidentes, muertes, guerras, desastres naturales y humanos… Pero debe ser que el editor del telediario además de mostrar claras tendencias psicópatas al incidir en los aspectos más crueles de este planeta y sus habitantes, tiene de esas miradas que hablábamos antes, incisiva decíamos, y nos narra todas las enfermedades posibles, todas las formas posibles de morir, todos los tipos de accidentes que pueden producirse, todas las penurias que están pasando los niños de este planeta, todos los conflictos bélicos, todos los volcanes, tifones, tsunamis, plagas de langostas y demás actos de fuerza de la naturaleza que tengan o potencialmente puedan tener un número elevado de víctimas, todos los asesinatos desde el navajazo local hasta el terrorismo internacional, y lo hace con un amplio operativo de documentación gráfica y cuando están de suerte, también sonora. Es curioso que cambiando los personajes de estas tragedias, las tragedias siempre son las mismas, como una película que tiene el mismo guión del que dan tres pases diarios durante años, cambiando sólo el personaje.

Sé que te gustaría que profundizase más en porqué los telediarios son así, pero en esta ocasión la conversación va por otros derroteros. Para no dejar tu petición sin ningún tipo de respuesta, puedes pensar cuál es el motivo que da sentido a la mayoría de cadenas de televisión, como a la mayoría de las empresas. Exacto, el dinero. Si los telediarios son así es porque sus espectadores así quieren que sean, ya que sino se quedarían sin audiencia y probarían con distintos formatos de presentar el telediario. ¿No te parece curioso que más o menos los telediarios de todas las cadenas, con lo distintas que pueden ser entre sí, mantengan este mismo formato? Pues me temo que no es casualidad: si todas las empresas venden helados con sabor a mierda, aunque cueste creerlo, es porque los helados que más gustan son los helados de mierda. Al menos son los que más se venden y por tanto más dinero dan. Huelga decir que los espectadores no somos tontos ni masocas, nos gusta ver por la pantalla como otros comen helados sabor a mierda para que nuestros helados sabor a tierra sean más digeribles y los de fresa sepan aún más ricos.

Dejando el porqué los telediarios son como son, el problema de los telediarios, es que después de ver todas, todas, todas las desgracias que suceden en el mundo te sientes un miserable, un niño malcriado por estar triste, ansioso o rabioso por asuntos tan banales como una infidelidad, miedo a perder el trabajo, verte gorda, tener dificultades para tener amigos o cualquier cosa que no sea luchar a muerte por tu supervivencia contra un volcán, un terrorista o la hambruna. Por si no tenías suficiente por sufrir tu problema, ahora añadimos la culpa y la asunción de debilidad. Crees que no es justo que tú, que lo tienes todo en comparación con estos desgraciados, te quejes de tu vida y tus circunstancias.
Se puede hablar mucho de esto, pero como al igual que en la televisión el tiempo aquí es oro y enrollarse más de la cuenta penaliza la audiencia, hoy lo dedicaremos a ver que aunque las vidas desgraciadas de los telediarios tienen el triste honor de ser difícilmente superables, la vida de los del “sofá” tiene sus propias dificultades. A continuación te pongo una cita de uno de mis capítulos, el de “El abecedario acaba en la z”, que refleja bien lo que estamos tratando:

– Amigo desgraciado, ¡Me siento tan culpable de llorar mis penas cuando me siento a tu lado! Qué derecho tengo yo de quejarme, de lloriquear, de enfadarme…
Cómo puede alguien ser tan miserable de ahogarse en tan poco agua, de despertar lástima con tan buenas cartas…
Y a pesar de saber todo esto, de reconocértelo sin más, mañana lloraré aún más de lo que hoy he llorado, por motivos quizás aún más pequeños de los que hoy me he encontrado…
¡Niño malcriado!

– Amigo occidental con todos sus dedos y todas sus manos, sé, que conocedor de mi situación a veces te sientes culpable de tu tristeza, de vivir sediento con toda el agua que te rodea. Pero no se trata solo de beber, sino de no vomitar lo tragado.
Tan difícil es digerir el hambre como la abundancia. Yo sufro por no tener, tú, por tener demasiado.

Cada uno nos quejamos de lo que no tenemos. Las personas de los telediarios luchan por sobrevivir a las guerras, el hambre y las enfermedades, y los que tienen sus necesidades básicas cubiertas se enfrentan a la inabarcable tarea de cubrir el resto de necesidades que no son básicas.

Con permiso del viento.