El teletrabajo íntegro no me convenció desde el principio.
Cuando debido a la cuarentena comenzó a gran escala el teletrabajo en España, en general los usuarios se volcaron en alabanzas sin fin: menos atascos y contaminación, amortización del tiempo, flexibilidad de horarios y demás. Nunca negué sus virtudes, pero haciendo ver que también tenía sus carencias, yo apostaba por un modelo 3+2 o 2+3, al gusto de la empresa o el empleado. Tres días en casa, dos en la oficina. ¿Por qué? Porque aunque a este paso se nos empiece a olvidar, somos humanos sociables que necesitan interactuar y moverse.
Salir de casa es terapéutico. La vida, las sorpresas, están en la calle. Sobra decir todos los encantos de la vida doméstica, ya sea acompañado de tus hijos, pareja, padres, mascotas, plataformas de streaming, consoladores, o de ti mismo. No desvirtúo lo de dentro, dirijo tu atención a lo de fuera.
Mi temor parece que poco a poco se va cumpliendo. Muchos hemos aprendido a bajar de pulsaciones durante la cuarentena, ¡falta nos hacía!, pero a otros les está bajando tanto que se están convirtiendo en vampiros.
Hay un refrán muy conocido, pero muy sabio, cómo son los refranes, que dicta lo siguiente: “Cuánto más, más y, cuánto menos, menos”. Viene a decir que cuando tienes tres hijos, marido, amante, un padre enfermo y dos trabajos, aún puedes sacar tiempo para aprender inglés y, en cambio, cuando estás sola, tus hijos se han independizado, te has aburrido del amante, tu padre ha muerto y tu marido se ha ido con su madre, no encuentras el momento para echar ese partido de pádel pendiente. Cuánto más viajas, más quieres viajar, cuánto menos sexo tienes, sí, aunque parezca mentira, cuanto menos sexo tienes, llega un momento, que memos sexo echas en falta. Y así con todo. Incluido el ocio, las relaciones humanas y la actividad fuera de casa.
Hay trabajadores que su día a día consiste en llevar a sus hijos el colegio, meterse en casa a trabajar, comer en casa, buscar a los niños del colegio, seguir trabajando en casa, preparar y dar buena cuenta de la cena, ver una serie en la televisión y volver a la cama de la que parecen nunca haber salido. Hay trabajadores, que el desanimo se está adhiriendo a esos calzoncillos que ahora se cambian cada dos o tres días.
Paradójico, ¿no? El teletrabajo iba a darnos más tiempo, y ahora no salimos de casa. Hablando con una persona recientemente, fuimos descubriendo que no iba al cine, no salía a montar en bici cosa que antes hacía, no quedaba con los amigos, en definitiva, su vida se estaba convirtiendo en un ovillo tejido día a día alrededor de sí mismo y su casa.
El miedo al Covid no ayuda, pero nadie nos ha pedido que no vayamos al cine o quedemos con un amigo a tomar algo. Nadie nos ha prohibido tomar unas tostadas con tomate en una terraza después de dejar a los niños, bajar a leer a un parque o salir con la familia (en grupos reducidos, vale). Y si nadie nos lo ha prohibido, ¿Por qué no lo hacemos? Aparte del miedo, que no es otra cosa que una responsabilidad mal gestionada, la respuesta la encontramos en el ovillo de la pereza, porque cuánto menos, menos queremos hacer. Cuanto menos socializamos, más pereza nos da hacerlo. Cuánto menos bajamos al centro de Madrid, más incordio la búsqueda de parking. Si llevo seis meses sin ver apenas a los amigos o hacer deporte al aire libre, ya me da igual seguir así seis meses más.
No te pido que te saltes la ley, es que haces menos cosas de las que la ley te permite.
El asunto es grave, porque estamos en septiembre. Esta actitud de enredarse en el ovillo puede mal mantenerse dos o cuatro meses, ¿pero un año más? Si te dejas atrapar por el ovillo, cada vez te costará más salir. De hecho, tal como evoluciona la pandemia, más trabas te pondrán y más falsas excusas te pondrás para vivir atrapado.
Ya, ya, sé que te están pidiendo lo contrario, que te quedes en casita. Los médicos quieren que los vivos mueran lo más tarde posible, yo quiero que los vivos vivan lo mejor posible hasta que mueran. Somos dos piezas de un mismo engranaje. Nos necesitamos. Nuestra fuerza está en el consenso. La salud física no puede desentenderse de la emocional. Si una pata cojea, lo hará toda la mesa. Sé equilibrado y aúna ambos consejos: cuídate tanto de usar tu mascarilla, como de no dejarte atrapar por el ovillo. ¡Sal a la calle!