Ha llegado a mi de forma indirecta la siguiente conversación. El padre de una mujer de unos cuarenta años se infarta y ésta les cuenta a las amigas los días horribles que ha pasado desde que su padre sintió los primeros síntomas, su ingreso en el hospital y la posterior intervención, y por supuesto el miedo y angustia que ha experimentado durante todo el proceso.
Hasta aquí nada que llame mi atención, salvo el hecho de que toda esta información la mencionada protagonista la ha compartido por WhatsApp en dos audios de cinco minutos cada uno. ¡Un mensaje de audio! Sí, un mensaje de audio donde cuento desde mi solitaria habitación mi triste panorama, teniendo en frente como receptor a un cacharro que no puede darme más calor que el azul celeste del doble check; para posteriormente recibir otro estanco mensaje de voz lleno de apoyo y ternura. ¿Cuántos mensajes de voz hay que enviar para compensar un abrazo, una mirada o una caricia? No hay megas de velocidad suficientes que las compañías de teléfono puedan ofrecerte que hagan tibia competencia a ese ser querido que se sienta a tu lado. Se gastan un dineral en marketing, y a algunos clientes influenciables por la pirotecnia publicitaria les engañarán, pero no los hay.
La vida es ajetreada, lo sé, pero ante una situación así cómo no vamos a ser capaces de encontrar veinte minutos para ver a esa amiga. Qué maravilla la tecnología con sus teléfonos que nos conectan, nos hacen estar tan disponibles, tan informados y tan cercanos aún estando tan alejados. No hablemos ya cuándo no había teléfonos, sino cuando éstos eran fijos y no podías enterarte que tu amiga te necesitaba hasta que diez horas después llegabas a tu casa del trabajo, pero qué daño nos hacen cuando dejamos de ejercer sobre él la medida que debe acompañar a todas las cosas.
Ahora el teléfono nos acompaña como la Biblia al párroco, y estamos permanentemente comunicados con el más acá y el más allá, lo que no pocas veces hace que no estemos ni allá ni acá.
Con la tecnología pasa como con todo, requiere regulación, sino es como dar un Ferrari a un novato. O tenemos cuidado con esto, o seguiremos siendo esos catetos que llevan un coche más grande y potente del que saben conducir.
Espero que cuando un ser querido se encuentre mal me permita estar a su lado para escucharle, hablarle, contarle un chiste, bailarle la jota o lo que él necesite. Cuando su hijo enferme, le despidan del trabajo o sufra por cualquier otro motivo, espero que sólo use el teléfono para avisarme y ponernos de acuerdo dónde nos vemos.
No hay pasado sin sombras ni futuro sin luces, pero en esta época de coaches, visionarios y emprendedores, parece que las sombras sólo le corresponden a lo quedó y las luces a lo que está por venir.
La época que a cada uno le toca vivir, salvo excepciones lógicas, imprime un velo de claroscuros imposible de catalogar como luz u oscuridad; esas cualidades las confiere cada cuál, normalmente en función de las luces y sombras que habitan en él mismo. ¿Un móvil 4G con múltiples aplicaciones es luz, o sombra? Si se usa para enviar diez minutos de emotivo audio de voz cuando en diez minutos de taxi puedes tener a esa persona frente a ti, es una fría sombra que despista por su caluroso pero artificial brillo de modernidad. Reconfortará, pero será una plenitud pasajera; porque las máquinas aún no han aprendido a trasportar las emociones con las solemnidad que lo hacen las personas.
Continuará…
Con permiso del viento.