Día 8

Hay que reconocer que sois muchos, y todos tenéis algo que decir. Es difícil saber a quién hacer caso, caso de verdad, tanto, como para cambiar tu propia forma de conducirte por la vida. Para no correr riesgos innecesarios no deberíamos tener muy en cuenta ningún bulo que no venga abalado por rigurosos estudios ajenos a subjetividades e intereses de quienes los realizan. Ya sé que recientemente la ciencia ha demostrado claras lagunas: las vacas locas, la gripe aviar, el ébola…, donde después de suscitar una alarma generalizada todo quedó en agua de borrajas, que no sé muy bien de donde viene esa expresión. Lo que no podemos asegurar es si esos pronósticos equivocados sobre la gravedad de ciertas situaciones fueron fruto del error, o del miedo, porque en esta sociedad de niños malcriados que somos da mucho miedo dar un pronóstico abierto que pueda generar prejuicios en tan prestigiosa especie, valga como ejemplo el siguiente: como la ciencia de la climatología de para un fin de semana pronóstico de nevadas suaves y acabe nevando tanto que se colapsen las carreteras, el pueblo entero se levantará en armas para pedir la cabeza del hombre del tiempo y del político de turno.
Sea como fuere, por error o por un exceso de prudencia, la ciencia es lo mejor que tenemos, o lo menos malo, si queremos verlo así. Por eso, voy a apoyar la idea de que la felicidad no pertenece a nada ni a nadie en datos empíricos y objetivos, que son los únicos a los que deberíamos prestar, en todo caso, algo de atención. No tiene el mismo impacto que Pedro saliendo de su trabajo de informático le diga a su compañera: “sí, no me cabe duda, de que la felicidad, y la ausencia de ella, nada tienen que ver con las cosas que creemos”, que si lo dice la Organización Mundial de la Salud o su versión española, el señor Punset. Probablemente su compañera asentirá amablemente con la cabeza, pero dos segundos después habrá olvidado esta afirmación que será tomada como una mera opinión, no como una verdad irrefutable. Este miércoles, voy a darte esa verdad empírica.

Esta vez no me ha hecho falta usar mi maravillosa movilidad, al gozar los libros de múltiples personalidades, tantas como ejemplares se hayan editado. Algunos de nosotros (Con Permiso del Viento), descansamos en el despacho donde nuestro padre pasa consulta, y tenemos acceso a toda la información que aportan sus pacientes. Esto nos dará mucho juego en nuestros encuentros de los miércoles, como es el caso. Para demostrar que la felicidad nada tiene que ver con lo que soléis creer, me dispongo a relataros el tipo de personas que han pasado por esta consulta durante estos catorce años buscando respuestas:

Hombres, mujeres y niños; niños demasiado pequeños para aceptar que ya puedan sentirse perdidos. Guapos y feos, delgados y gordos, altos y bajos, calvos y con melena, negros, blancos, europeos, americanos y hasta un asiático. Personas con hijos y sin ellos, con sus padres vivos, muertos, y más muertos que vivos. Hijos únicos y con hermanos, casados y solteros. Físicamente sanos y enfermos, medio ciegos, medio sordos, medio cojos, con el cuerpo medio jodido a fin de cuentas. «Ricos y pobres», con trabajo y en el paro.
Y ahora sus profesiones: estudiantes, enfermeros, celadores, médicos, pilotos de aviones civiles, conductores de la EMT, militares, empresarios de éxito y emprendedores con el éxito en stand by, profesores de colegio y de universidad, arquitectos e ingenieros, taxistas, obreros, economistas, camareros, cocineros estrella Michelin, restauradores, funcionarios (administrativos, policías, bomberos, etc), pensionistas, psicólogos, comerciales, abogados, jueces, informáticos, socorristas, escritores, amas de casa, banqueros…

¿Y sabes qué personas no han pasado nunca por su consulta? Pues exactamente los mismos tipos de personas que sí han pasado: guapos y feos, altos y bajos, solteros y casados, abogados y carpinteros, todos vamos. Por tanto, podemos afirmar con rigor profesional, no como una perorata de barra de bar o de cigarrillo a la salida del trabajo, que ninguna de estas particularidades en la “vestimenta” de las personas está relacionada con la felicidad, pues tenerlas o carecer de ellas no aporta información alguna sobre el estado emocional de quién las tiene.
Estos son los datos, irrefutables pues son los que son y no cabe que sean otros, si decides seguir argumentando que la causa de tu infelicidad es tu trasero caído, tu trabajo, tu género, tu salud, tu edad, tu familia, tu economía o cualquier otra cosa estás en tu pleno derecho de afirmar que el agua no moja, sólo faltaba, pero los hechos demuestran que la felicidad ante todo, es una ACTITUD.

Con permiso del viento.