¡A mí la legión!

Quizás te extrañe que nombre a la agresividad como una gran maestra de la que tenemos mucho que aprender. Por supuesto, mala compañera es cuando nos lleva a despreciarnos, a ser toscos y violentos con otros, a la impulsividad, a perder oportunidades o poner en peligro aquello que amamos.

La agresividad se ha adaptado, no ha desaparecido. La gente sigue siendo igual de agresiva que hace mil años, pero como la gente es mu bruta, pero no es idiota, se cuidan de no mancharse las manos de sangre. Ahora la mayoría somos agresivos de guante blanco: cuando quieres joder a tu pareja le repites las cosas hasta la saciedad, o si quieres hacer sangrar a tu hijo sin derramar una gota de sangre, le dejas de hablar un mes porque se ha puesto un pendiente o no ha llamado a la abuela.

La agresividad que te propongo no se enconde en patéticas florituras, ni tiene por objeto lastimarte ni lastimar al prójimo. La agresividad que tomo este miércoles como maestra, es esa actitud firme, valiente, fuerte y despiada, cuyo único propósito es patear el culo a tus miedos.

El otro día, un hombre de setenta y siete años me contaba que llevaba dos días con bastante ansiedad porque a su yerno de cincuenta años le habían puesto la vacuna Astrazeneca. Entonces, de las distintas opciones que tenía, opté por lanzarle un mensaje con contundencia, con enfado fingido, para que usase mi agresividad como un reflejo de lo que pensaba que él debía hacer para vencer sus miedos: “¿De verdad, J, me estás contando, que un hombre de setenta y siete años que goza de una salud maravillosa, listo, más salao que la Andalucía que le parió, que ha tenido un gran éxito profesional, con dos hijos saludables y bien colocados, una mujer aún viva, al que le han puesto esta semana la vacuna, ¡por fin te han vacunado!, decide joderse la poca vida que le queda porque su yerno tiene un 0,00004% de posibilidades de irse al hoyo? Yo entiendo que no lo haces con gusto, que la preocupación se te mete en la cama y se enreda tanto en las sábanas que no hay quien la eche, pero desde luego no vas a desprenderte de ella desde esa postura educadita y modosita que tienes: “¿Por favor, señora ansiedad, me haría usted el favor de no molestarme el tiempo que me queda de vida y dejarme disfrutar de todo lo bueno que tengo?”. No, J, esta hija de la gran puta no se va a ir así por las buenas. ¡Tienes que echarla! Echarla a patadas. Golpearla, despreciarla, cogerla del cuello y estrangularla sin piedad hasta que veas como se desvanece su aliento. Lo gracioso, es que la forma de luchar contra la ansiedad, es no luchando contra ella; dejándola estar hasta que por aburrimiento se va. Pero la indiferencia que te hará deshacerte de la angustia debe estar engendrada desde la rabia, la fuerza, la más contundente agresividad. Te juegas mucho, no dejes que esta cabrona te gane la partida. Tu eres un incondicional del Real Madrid, ¿de verdad piensas que el Real Madrid puede ganar a un equipo como el Barsa, desde la mesura? Tu equipo tendrá que dejarse la piel, sudar la camiseta, si quiere vencer a un rival de la talla de la “ansiedad”.

Tras esta conversación, J, acabó gritando, no diciendo en voz alta, sino gritando: “No vas a joderme la vida, ansiedad”. Más alto, J: «¡Por mis cojones que este partido lo voy a ganar!».

Justo después de tanta efusividad, le dio un ataque de tos que temí hiciese el resto del trabajo que le quedaba por hacer al tiempo. Ni mucho menos. Después de usar la agresividad por una buena causa, J, alejó unos metros la muerte de su trasero.

R.R.R.

A veces no podrás impedir que los miedos te violen, pero ellos no podrán evitar que te quedes con trozos de la piel de su rostro en tus uñas. La batalla contra tus miedos es una de esas peleas que pueden perderse, pero no deben eludirse. Ya lo dicen los legionarios: Mejor morir de pie, que vivir de rodillas.