Hoy la cosa va de cómo unos seres listos, inventan unos artilugios, que les vuelven tontos.
En verano voy a comer a un restaurante. No hay carta. Un mancha negra reposa sobre la mesa. Un código QR. Le digo al camarero si puede decirme que tienen. Me dirige hacia el pegote de chapapote. Le digo que no tengo móvil. “¿Qué no tienes móvil?”, se horroriza. “He salido sin él, quiero decir”, le contesto. Se da la vuelta como si acabase de ver un marciano. Supongo que al menor descuido, me hará una foto para ponerla en alguna red social.
Hace unas semanas saliendo de trabajar me quedo sin gasolina en la moto. Una faena, son las 22:15. Me gano la cena empujándola hasta la gasolinera más cercana. Lleno el depósito y no arranca. “¡Mierda!”. Pido asistencia a mi seguro. Descubro que todo se hace con el móvil a través de una aplicación. En mitad del proceso, Satán me anuncia que va a echarse una cabezadita. No me queda batería.
Le pido al dependiente de la gasolinera si puede dejarme el cargador. Tengo suerte. El buen hombre no da crédito: “¡Pero chico, como sales sin cargador!”. Pienso que a malas, no puedo pedir la grúa, tengo que dejar la moto allí, me doy un paseo de una hora hasta mi casa y, mañana, lo soluciono. El operario, seguramente, mientras ando absorto en mis pensamientos y pongo a cargar el teléfono en el enchufe de la máquina de las bebidas, me saca una foto para colgarla en la tienda y dar fe que él también ha sido testigo del avistamiento extraterrestre.
Ayer, como tantos otros días, en unas letras tan rojas que parecen avisarme que mi alma se está desangrando, en la pantalla de mi teléfono sale el siguiente mensaje apocalíptico: “¡¡¡¡Nivel de batería extremadamente bajo!!!!”. Las comillas las he puesto yo para enfatizar mi parece ser desprecio por la vida. Me llevo la mano al corazón. Ese mensaje es un fantasma errante cabalgando desde los infiernos en su corcel negro avisándome de mi inminente extinción. Pensé en buscar a mis hijos para despedirme. Mi corazón estaba unido a ese cacharro cuyas pulsaciones agonizaban hasta el extremo: en letras rojas sangrantes.
Estas tres situaciones me han llevado a la siguiente conclusión. Este cacharro me facilita la vida en la misma proporción que me vuelve idiota.
Reverso