Cuando algo es como se supone que tiene que ser no suele llamar nuestra atención. Todo lo contrario a la cantidad de tiempo que dedicamos a quejarnos cuando no es como se supone debería de ser. Por algún motivo los privilegios, cuando se repiten en el tiempo, los convertimos en derechos, y cuando esto sucede no sólo nos molestamos cuando nos los quitan, sino que no consideramos que debamos cuidarles para seguir manteniéndolos. Es la tragedia del dar por hecho.
Damos por hecho que lo normal es tener una casa donde cobijarnos, cuando ni siquiera tenemos garantizado que la Tierra quiera arrendarnos indefinidamente. Damos por hecho que nuestros seres queridos siempre estarán ahí, cuando no tendrían ni porqué existir. Damos por hecho levantarse para ir a trabajar cuando podríamos carecer de piernas que nos sostengan o de trabajos que nos acojan. Damos por hecho tener prendas para vestirnos y un cuerpo con todas sus piezas que vestir, comer todos los días, pasear por tu ciudad sin temor a que te secuestren, tener salud, aire acondicionado, la democracia, que el sol esté donde tiene que estar, ni más lejos ni más cerca, tener agua caliente, la música, las vacaciones, las leyes, la familia, la tecnología, tu autonomía, la educación, el ocio…, y al dar por hecho estas y otras tantas cosas, ni las agradecemos ni las disfrutamos como se merecen.
En ningún sitio está escrito que las cosas que das por hecho tengan que ser como son. Y cuando digo que no está escrito en ningún sitio quiero decir de ningún sitio donde sea posible borrarlo, porque los renglones escritos por las leyes están sujetos a la historia y a los gobernantes que habitan cada momento particular de esa historia. Damos por hecho privilegios que nunca existieron y que quizás nunca más vuelvan a existir. No nos engañemos, no hay nada, nada, que nos asegure que mañana dispondremos de lo de hoy. Hazte un favor y hoy no des nada por hecho, absolutamente nada, porque nada puede ser dado por hecho y hacerlo, es un delito por el que el tiempo antes o después te juzgará.
Si no doy nada por hecho mis ojos nunca dejarán de brillar,
si hago lo contrario,
hasta la vida me aburrirá.
Al dar por hecho considero que el que las cosas vayan bien no es una excepción, sino una obligación. Doble estupidez es ésta, al no saber apreciar las cosas cuando van bien y al sufrir sobremanera cuando vayan mal.
Con permiso del viento.