Por encima de cualquier otra cosa, un carpintero, desea trabajar la madera. Y nada hay dónde pueda volcar toda su pericia más ambicioso que dar forma a un muñeco de madera. Una vez que le ha dado forma, lo siguiente es que corra la sangre por él cómo la savia da vida a los árboles con sus flores y hojas. Este proceso es largo, y requiere de una dedicación plena de los carpinteros que puede durar decenas de años.
El momento clave se produce mucho antes, pero a nivel simbólico, el carpintero puede dar por concluida su obra el día que el muñeco de madera se yergue sobre sus pies y comienza a caminar fuera del taller.
Los carpinteros tienen dos misiones en su vida, una biológica, y otra humana. La biológica, consiste en crear muñecos de madera que llegado el momento, si así lo desean éstos, se conviertan en carpinteros y fabriquen sus propios muñecos de madera. En este sentido, cuando un carpintero ve a su último muñeco de madera andar y salirse del taller, siente que sus piernas echan raíces y una parte importante del sentido de su vida queda concluida.
La misión humana por otro lado aporta mucha más libertad, y no anda sujeta a nada a lo que uno mismo no quiera entregarse. Hay vida más allá de los hijos, tanta como uno desee encontrar: la vida de un carpintero puede tener sentido hasta su último aliento.
Ambas misiones son ciertas, y es por ello que no hay que temer que a la realización y plenitud que le sigue al ver al muñeco de madera marchar, le acompañe un tufillo a extinción, a pie dentro de la tumba. No habría que alarmarse, en los grandes hitos de una vida las lágrimas de alegría y tristeza nunca llevan surcos muy dispares. Una vez aceptado esto y no antes, primero con desconsuelo y después con serenidad, se podrá el carpintero entregar a cuantas misiones desee.
Como en todos los gremios hay carpinteros que son unos chapuzas, y con todo, hasta a esos, hay que reconocerles el valor de haber dado vida a un muñeco que no era más que un trozo de madera inerte e informe vagando en el vacío hasta que los carpinteros hicieron correr la savia por sus vetas.
Llegado el momento el carpintero debe dejar morir una parte de sí mismo para que otra parte pueda vivir.
Con permiso del viento.