MANUAL PARA SOBREVIVIR EMOCIONALMENTE A UNA PANDEMIA
Capítulo 6: Los pensamientos y el cuerpo
Los pensamientos pueden dar un buen revolcón a nuestro mundo emocional y fisiológico. El mejor símil para explicarlo, es tomar al cuerpo cómo un dócil soldado raso que obedece las órdenes de arriba sin rechistar. Las articulaciones o las válvulas del corazón no tienen autoridad para cuestionar una orden directa de su capitán. Si los pulmones reciben la advertencia de que hagan acopio de aire porque los músculos necesitan más oxígeno para enfrentarse a un peligro, los pulmones, fieles y eficientes, actúan sin protestar. Solemos agobiarnos pensando que nuestro cuerpo hace cosas extrañas como sorprendernos con repentinas hiperventilaciones, sofocos o taquicardias. Esos cambios fisiológicos lo único que vienen a decirte es que tu maquinaría funciona a la perfección, por tanto, deja de preocuparte y alégrate de tener un batallón tan servil a la causa.
Ahora bien, cuando el cerebro manda un comunicado dónde afirma que hablar en público es lo mismo que salir a cazar leones, se está equivocando. Por eso nuestros esfuerzos van a ir dirigidos en negociar con los altos cargos de tu ejército: los pensamientos.
No hay cortafuegos. Si piensas que algo es horrible, lo vivirás como horrible. Lo que salga de tu cabeza no lo cuestionará nada dentro de ti más que tu propia cabeza, por tanto, sí tomas por ciertos e irrefutables tus pensamientos, como solemos hacer, el mansaje llegará intacto a tus emociones y tus reacciones fisiológicas. Si te dices que “necesitas” que fulanito te quiera, tu organismo reaccionará igual, exactamente igual, es inquietante a poco que lo pienses, qué si estuvieses en medio del desierto, perdieses la cantimplora y te dijeses que “necesitas” agua. Nada, salvo tú, puede hacerte ver que esa afirmación es falsa y parar el mecanismo de supervivencia de tus emociones. Tú eres juez y parte. Eres el único supervisor de tus pensamientos.
Usar la palabra “necesitar” para describir el dolor por la pérdida es objetivamente erróneo. Cuando algo se necesita y no se consigue, te mueres. Así de sencillo. Necesitas el aire para vivir. Es muy poético afirmar que necesitas el amor de fulanito, desde luego puede ser muy triste no conseguirlo, pero nadie muere por no poseerlo. Puedes creer morir, pero es un hecho que sigues vivo. Ahora bien, si te dices que necesitas su amor, todo en ti reaccionará como si lo necesitases, sufriendo como si el desierto deshidratase tus ilusiones. Mucho, mucho cuidado con las palabras que usas para describir tu realidad. Estas, y no otra cosa, serán las prensas con las que te desenvuelvas por la odisea de la vida.
Me soléis decir que exagero, que a menudo escogéis esas palabras al azar. Cuando se te cae un vaso y te dices que eres tonto, argumentas que es una forma de hablar, que no tiene la mayor importancia y que has usado esa palabra como podías haber usado cualquier otra. Es curioso. De las miles y miles de palabras de tu vocabulario, has escogido al azar, tonto. No: “cachivache”, “tornillo” o “aspirador”; no, el azar, mira tú por dónde, ha escogido: “tonto”.
No nos pongamos tampoco drásticos. Decirse a uno mismo “tonto” porque se te caiga un vaso, no va a llevarte al suicido, pero si esta forma negativa de interpretar la realidad no es un hecho puntual, sino una tendencia, dónde cada vez que nos equivocamos o sencillamente las cosas nos salen mal, nos criticamos despectivamente, a largo plazo acabará teniendo consecuencias negativas en tu bienestar. Así qué ten cuidado con cómo te hablas, especialmente en una pandemia dónde llevan nueve meses cayéndose vasos.
Tu diálogo interior es el bisturí con el que diseccionas tus emociones.
Rafael Romero Rico