Aprovechando que he llevado a mi hija a Torrejón de Ardoz a jugar un partido de baloncesto, decido acercarme al Parque de Europa. Me acomodo en el césped con un libro. Unos minutos después pasan a mi lado dos mujeres árabes convenientemente ataviadas, y tras ellas, dos niños. El peque, de unos ocho años, cuando está a mi altura, mira alrededor como si hubiese descubierto El Dorado, y cogiendo a su hermana o a su prima del brazo, le dice con unos ojos que no pueden expresar más ilusión: “¡Esto es la hostia!”.
Más allá del vocabulario, algo ligero para la edad, ese niño me hizo mirar a mi alrededor arropado por su exclamación. Mi pequeño maestro acababa de darme una lección tan grande que me hizo sentir pequeño. Su sonrisa era radiante; sus extremidades rezumaban vitalidad; su mirada, eterna. Qué suerte toparme así sin quererlo con un maestro tan necesario.
Me llamó la atención la pureza de la alegría que bullía en ese niño, era como si acabara de alunizar en la Luna a celebrar su cumpleaños. Para mí estábamos en un parque agradable sin más. Estamos tan viajados, tan follados, tan alimentados, tan rodeados de comodidad y belleza, que qué difícil nos es sorprendernos a los adultos. Como soy imbécil en muchas cosas, pero no en esta, ya estaba disfrutando de una próspera mañana de junio sumergido en la lectura de un libro sencillamente excepcional, pero este pequeño maestro, me llevó a apartar ese mundo apresado entre renglones de tinta, y dedicar todo mi amor a maravillarme ante la pureza del cielo, la melodía de los pájaros, el frescor de la hierba, el rítmico bailar de los aspersores, las voces lejanas que ahora no molestaban y hacían compañía, y alguna sorpresa más al recorrer mi cuerpo de punta a punta y, contra todo pronóstico, encontrarlo tolo en su sitio.
No seamos imbéciles y hagamos caso esta semana a este pequeño maestro árabe. Dedica tu atención a sorprenderte de todo lo que te rodea. Ya sé que este mensaje es una obviedad, pero las lecciones no nos llenan por entenderlas, sino por aplicarlas. Las rutinas, problemas, prisas y ruido que te rodean desde luego no te lo pondrán fácil. Esta es una de las lecciones más difíciles que te he pedido; de hecho, si te soy honesto, no creo que vayas a lograrlo. Quizás lo hagas un ratejo, pero todo está dispuesto, desde tu genética hasta tu contexto, para que mires lo poco que te falta, no todo lo que tienes. Rebélate y déjate arrastrar por la rejuvenecedora sonrisa de la incredulidad. Te hará bien deshacerte de esa mohína costra con la que te va envolviendo los años y flipar con este inesperado regalo que se te ha concedido: ¡Respirar!
Sorprenderse ante lo nuevo es fácil y está al alcance de cualquier vago, asombrarse ante lo de siempre solo está al alcance de los más ambiciosos.
R.R.R.

No hace falta saber de niños para imaginarse lo que está pensando este: “¡Joder macho, esto de la vida es la hostia! ¿No te lo parece?”.