Guerra de guerrillas

Continuando con la idea de la semana anterior que hablábamos de la pericia de los niños dando puntapiés psicológicos a sus padres cuando estos les frustran, hoy querría explicarte porqué estos pequeños bastardillos juegan sucio.
Es agotador para unos padres que hacen todo por sus hijos, llegar a casa después de un largo día de trabajo y recibir una ristra de improperios a la mínima que contrarían a sus hijos. Los peores no son los insultos convencionales, graves en su uso pero menos letales que los puntapiés psicológicos.
Sí, aunque los miembros de las relaciones de parejas son diestros en la técnica, nadie como los críos para darte dónde más te duele. Son Navy Seal que con su dedo meñique son capaces de tumbar un hombre de 200 kilos. Es como si fueran a una escuela militar dónde son adoctrinados en las mismas técnicas de combate: “Te odio. Eres la peor madre que puedo tener. Ojalá te mueras. Prefiero cualquier otro padre que tú. ¡Malo, eres malo! Quiero más a los abuelos. Nadie te va a querer. Ojalá no hubiera nacido…”, te dicen a la primera de cambio porque no les dejas desayunar con los pies en la mesa mientras juegan a la tablet y se sacan un moco con la cuchara. ¡No me digas que no son adorables estas criaturillas! Sí, a veces lo que uno más desea es coger a estos mierdecillas del cuello y tirarlos por la ventana. No es buena idea ésta, porque sólo falta que no se mate y tengas que cuidar de un hijo tonto el resto de tu vida.

Los niños no son tan psicopatillas como parece. Te explico. Imagínate que Estados Unidos nos declara la guerra. Nos mandan un e-mail a la Moncloa citándonos en territorio neutral para medir nuestras fuerzas y jugar a matarnos. Juntamos a nuestros ejércitos de tierra, mar y aire y echamos números. Las cuentas son las siguientes: por cada rifle ellos tienen cien, por cada avión ellos tienen cien, por cada máscara anti gas ellos tienen cien, por cada tanque y submarino ellos tienen cien, por cada euro destinado en defensa ellos tienen, exacto, cien.
¿Podrías explicarme que idiota iría a esa partida de la muerte con intención de jugar limpio? Igual eres una persona con valores, lo respeto, pero si vas a llevar un tanque para luchar con cien, oye, quédate en casa y te ahorra el paseo que la gasolina está muy cara. Uno contra cien es una batalla perdida, incluso en Hollywood.
Te digo lo que yo haría. Me escondería detrás de un contenedor y cuando un militar estadounidense pasase por delante de mí, me acercaría de puntillas por detrás y le degollaría a traición. Qué voy a hacerle, eso de soy una persona justa y si yo tengo uno dónde vosotros tenéis cien me aguanto y os aplaudo mientras violáis a nuestras mujeres no va conmigo.
—“Eh, tú, españolo miserable”—me dice el yanqui con tono de yanqui—, “Tú no jugar limpio. Tú no ser justo”.
—Querido militar buenorro con un portaaviones por palmito, si dejo que la justicia hable aquí, vosotros siempre impondréis vuestros intereses. Además, ¿hasta qué punto es justo que vosotros tengáis cien y nosotros uno? ¿Cómo habéis hecho para haceros con una diferencia tan brutal? ¿Seguro que no habéis usado en algún momento de la historia métodos injustos para haceros con el poder y ahora renegáis de la injusticia que os encumbró? No sé, alguna bombita que se os cayera por descuido por Japón o algo.

Así veo yo a los niños con respecto a los adultos. Los niños viven sometidos a los adultos, y no sólo a sus padres, a cualquier adulto, sea un mamarracho o no. La regla es sencilla: tú eres niño y yo soy adulto. ¡Te callas y obedeces!
Sí, estamos en el siglo XXI y hemos refinado las formas, pero si desencriptamos la funda el mensaje permanece inalterable: yo mando y tú obedeces. Da igual el padre que sea, lo equivocado que esté, la jerarquía militar me avala.

Los niños necesitan autoridad, que no autoritarismo, y es necesario que los adultos les regulen. Claro que éstos pueden equivocarse, mucho de hecho, y con todo son daños colaterales que salen a cuenta frente a la alternativa: niños sin capacidad para gobernar intentando gobernarse a sí mismos.
Si eres americano no dejes que te intimiden los españolitos con su ejército de playmobil, no dejes de hacer lo que creas que debes hacer, pero cuando te hagamos una emboscada trapera no te lleves las manos a la cabeza. Y sea dicho de paso, tampoco entres al trapo, porque nada hay más triste que ver a un soldado armado hasta los dientes gritándole a un guerrillero de tres al cuarto con una pistola de juguete: “A ver, a ver quién puede más. ¿Quieres llevarme al límite? ¡Pues aquí me tienes! Yo soy más fuerte, ¡Me entiendes! Yo soy más fuerte; y te lo voy a demostrar. ¡Vamos, qué se habrá creído el españolito tirillas de mierda este!
No aplaudas su lucha de guerrillas, pero compréndela. Al fin y al cabo él quiere lo mismo que tú: salirse con la suya. Sólo que a él lo único que le queda son ataques a la desesperada, golpes de efecto contra muros de piedra. Humo. Ayúdale a entender que no es el camino, pero no le juzgues duramente por intentar darte una patada en el culo y echarte de su reinado. Y por favor, no tengas duda que los padres siempre tienen la pistola más grande que sus hijos, por muchas florituras y galones que quieran colgarse éstos. Si un niño te hace dudar de eso y entras a su juego de guerrillas, tienes un problema con la percepción de tus fortalezas que nada tiene que ver con las emboscadas de tu hijo.

¿Padres de acero enzarzados con niños que hacen tanques de papel? Esa no es tu batalla.

El rumor del olvido.