Hace unas semanas murió un Dj bastante famoso, Tim Bergling, el señor Avicii para nosotros. Parece ser que se suicidó. Tiene algunas canciones que me gustan bastante, pero desde luego no es de mis artistas preferidos. Salvo que soy un gran enamorado de la música, y puedo saltar escuchándola con mis hijos en cualquier sitio, a cualquier hora, o erizárseme los pelos del antebrazo con la misma fuerza que mis ojos derraman una furtiva lágrima, no sé como se llaman los cantantes, no voy a festivales ni le dedico mayores atenciones. Es una relación bastante interesada por mi parte, dónde yo la cojo y suelto a mi antojo sin importarme toda la parafernalia que hay detrás de ella. De ahí que este miércoles no vaya a hablar de cantantes ni de música, sino de amigos.
El azar, que siempre anda trasteando a espaldas de nuestras acciones, quiso que me encontrase por casualidad con un documental sobre el señor Avicii. Aquí el amigo era un genio de la música, su corazón palpitaba acordes y sus neuronas chapoteaban en ríos de melodías. Además de esto, era un currante la mar de duro (con qué frecuencia olvidan los jóvenes que detrás de los ídolos que admiran hay una ingente cantidad de trabajo que carece de mayor épica que la más perseverante de las constancias). Junto a él, desde el principio, su manager. Una especie de hermano-padre profesional que velaría por el imperio Avicii. Parece ser que el señor Avicii, contaba el documental, era capaz de poner a bailar a miles de personas pero le daba vergüenza salir a bailar con una sola de ellas. Vamos, que era tímido. Entre su timidez, y sus esclavizadas jornadas laborales, empinaba el codo como un campeón. Abusó del alcohol hasta que consiguió que en su DNI apareciese la pancreatitis. Su hermano-padre manager, viendo que el frenético ritmo de vida estaba acabando con su socio, le apremió entre halagos, rezos, paciencia y estoy seguro mucho amor, a seguir adelante. Adelante. ¡Adelante! Y el señor Avicii, que era un crío y las notas emocionales de su vida las tocaba como un pianista manco y tuerto, siguió con su infernal carrera de éxito.
No pretendo culpar a terceros de las decisiones de este joven portento de la música electrónica. Seguramente haya algo de verdad en esas patrañas de que era su destino, que los que son como él no pueden brillar muchos años, como una estrella que concentra toda su energía en una fugaz explosión y que si la liberase pausadamente, no generaría el destello descomunal que las caracteriza. Sí, el señor Avicii fue intenso y leve como las estrellas fugaces, como Amy Winehouse y tantos otros. Otras estrellas, como los U2, los Rolling o Metallica, ahí siguen dando batalla como supernovas que no parecen estar sujetas a las leyes del universo que a los demás nos subyugan, pero hay que reconocer que encontrar estrellas tan luminosas y longevas es una cosa excepcional dentro de la vía láctea.
El caso, es que su amigo el manager, el hermano que le había acompañado en su carrera profesional desde el día uno, velando por los intereses de él mismo y de Avicii, le apoyó e instó a seguir su frenética carrera profesional como un pollo descabezado.
Un buen amigo escucha tus tonterías, te hace reír; te quiere, te abraza y deja que le abraces; te acompaña a pesar de las dificultades; pero un amigo pata negra además de eso, no te anima a divorciarte porque él necesita compañía para salir por las noches, no te anima a casarte porque le gustaría tener una pareja con la que jugar al pádel los domingos; no te dice que tengas hijos para que paséis el fin de semana en familia o que no los tengas para que no te quiten más tiempo. Un amigo pata negra te anima a que sigas estudiando aunque él haya dejado la carrera, y se alegra de que dejes las drogas en lugar de beneficiarse de tu compañía para que los pecados, al compartirlos, sean más livianos. En definitiva, un amigo pata negra vela por ti por encima de sus propios intereses. Si el señor Avicii hubiera tenido un amigo pata negra le habría dicho: “Tim, a la mierda. A la mierda el dinero, y las tías, y el éxito, y el alcohol, y el hacer historia. A la mierda con todo eso, has de tomarte un descanso. Largo. Ya nos apañaremos después, que les jodan a las discográficas, y a los patrocinadores, los fans y la competencia. A la mierda a Avicii, ¡Recuperemos a Tim!”. Señor Avicii probablemente no le habría hecho caso, pero eso no cambia que su manager habría sido un Señor amigo pata negra.
No tengo muy claro si mereció la pena, pero una vez hecho y no habiendo manera de remediarlo, sólo queda pensar que sí. Lo conseguiste Tim, has creado algo que trasciende a su creador: tú ya no estás y el bello de nuestros antebrazos se sigue erizando al escucharte. Como anónimo oyente egoísta que soy tu sacrificio me sale a cuenta, si hubieses sido mi amigo, habría preferido y luchado porque Tim estuviese más tiempo aunque eso implicase que Avicii resplandeciese menos. El mundo es voraz, y quiere a Avicii aunque eso implique destruir a Tim.
En menor medida, todos te entendemos, porque dar al mundo la versión que espera de nosotros nos hace olvidarnos del nombre que nos pusieron nuestros padres. Todos somos artistas que con cada función vamos perdiendo nuestra auténtica identidad. Si quieres convertirte en un Señor/a amigo pata negra, recuérdales a tus seres queridos que estás a su lado por su nombre de pila, no por el papel que representan en el teatrillo de la vida.
En memoria de Tim Bergling, y de todas las estrellas fugaces que reventaron por empacho de aplausos.
Con permiso del viento.