Los jóvenes estáis de moda. Sois un Trending Topic de esos que os ponen cachondos. Si no os demonizan por ser los celestinos del Covid, lo hacen por vuestra violencia en los altercados en defensa de ese rapero que, a falta de ritmo en sus pies, envenena sus palabras.
Tanto alboroto con el dedo acusador del Antiguo Testamento sobre vuestro cogote ha llamado mi atención, y para mi sorpresa, he descubierto en vosotros a unos maestros maravillosos.
Hoy vamos a hablar de aquellos que estáis entre los 16 y los 24 años. De los jóvenes. Pero de todos los jóvenes, no solo de los que les interesa a las empresas de los medios de comunicación para mejorar sus audiencias, y a los apocalípticos para reafirmarse en sus teorías decadentes.
Aquellos chavales llenos de rabia que buscáis cualquier excusa para devorar el mundo que sentís os está devorando a vosotros, deciros que formáis un subgrupo tan reducido, tan llamativo pero insignificante, que no vais a estar ni en mi discurso. ¿Tiene sentido que hablemos de aquel día de agosto que diluvio en Valencia? ¿Es algo a tener en cuenta al organizar nuestras vacaciones? No, ¿verdad? Porque lo que quieren las excepciones es que las hagamos reglas, ya que por sí mismas, sin nuestra ayuda, están solas, vacías, anodinas y aburridas. La juventud nada tiene que ver con la violencia de las recientes manifestaciones, como nada tiene que ver la lluvia con el mes de agosto en Valencia. Os iría mejor, y os tomarían más en serio, si construyeseis ideas en vez de destrozar escaparates. También os digo qué si no queréis hablar, espero que dejen a la policía hacer su trabajo. Sería de tontos jugar una partida con palabras cuando el otro no deja de dar puñetazos. A esto me responderéis, que el primer guantazo lo dio el sistema al encarcelar a alguien solo por expresar sus opiniones. Me parece una discusión muy interesante, ¿nos sentamos a hablar?
Luego tenemos esos jóvenes que se reúnen en fiestas clandestinas, se meten en el metro sin mascarilla y abarrotan las calles a la entrada de los bares. Pues, otra vez, no creo que representen ni a la juventud, ni el día a día. Quiero decir, que la mayoría de los que os han pillado en una casa haciendo un botellón no lo hacéis todos los fines de semana. Soléis cumplir las normas, lo que pasa, es que el ojo que todo lo ve, los telediarios, ya van raudos a cazaros y poner vuestras cabezas en la piqueta de la plaza del pueblo. Otra vez, es muy impactante cuando nos dicen en la televisión que han descubierto cien fiestas ilegales, pero, ¿acaso unos miles de personas representan a toda una generación?
Como no te habrás tomado la molestia de mirar este dato, te lo doy yo. A fecha del 31 de diciembre del 2019, había 2.458.486 hombres, y 2.299.523 mujeres, entre los 15-24 años. Cuando sacan a mil jóvenes, y mil son muchas cabecitas puestas en fila, de los casi cinco millones que están alistados a la juventud, ¿qué porcentaje representan de la totalidad del grupo? Ese dato te lo dejo a ti, no voy a hacerte todo el trabajo. Que una cosa no quita la otra, y los jóvenes sois cada vez más cómodos.
A otro nivel de ligereza, es más fácil encontrar jóvenes sentados en bancos con la mascarilla en la barbilla demasiado cerca los unos de los otros. Con todo, la mayoría de los jóvenes que conozco tienen mucho cuidado; prueba de ello es la porquería de vida social que llevan desde hace un año. Y de ligar, ni hablamos. Eso no quita, que a veces, levanten un poco la mano de las normas. Y aquí está lo interesante. Si vosotros, los jóvenes, caéis en las tentadoras garras de la laxitud por unos momentos, sois unos mataviejos, unos desalmados sin conciencia social, pero, las personas de cuarenta años pueden tomar riesgos dejando que sus hijos vayan al colegio; los de sesenta pueden tomar riesgos yendo a restaurantes o de vacaciones para desconectar; y los de ochenta pueden tomar riesgos celebrando la nochevieja con sus familiares. ¡Pero los únicos desalmados propagadores del virus sois los jóvenes! ¡Delincuentes! ¡Gentuza! Niñatos. No me extraña que os den ganas de quemar las calles. Os entiendo, pero las calles, los transeúntes y los comercios no tienen la culpa. Debéis buscar otros medios para mostrarnos nuestras incongruencias.
Lo que pasa, es que aquellos que os critican son tan viejos, no hace falta cumplir muchos años para empezar a envejecer, que han olvidado su juventud. Os juzgan con la dureza moral de quién nunca ha tenido relaciones sexuales con penetración sin preservativo ni un minutito, ni la puntita para dar la bienvenida; nunca, nunca, se han montado en un coche dónde el conductor se hubiese tomado una cerveza o un vino; por supuesto, que decir de robar unas chucherías en una tienda o tirar unos globos de agua a los peatones; todos los días fueron a sus clases, nunca copiaron, ni mentido a sus padres, ni probado ningún tipo de droga. La mayoría de los que nos llevamos las manos a la cabeza cuando os vemos hacer el capullo, hemos hecho todo eso y más. Si los jóvenes, fuertes, enérgicos, ambiciosos y rebeldes, no fuerzan los límites, ¿quién lo hará? ¿Los padres de familia con sus trajes e hipotecas? ¿Los abuelos con sus artrosis y rutinas? Una sociedad sin jóvenes aventureros es una sociedad en retroceso, conformista, condenada a una dulce muerte por placidez.
Esos viejos de cincuenta años llenos de miedos, también los hay de veinte, verán en mis palabras una incitación a follar sin condón y lamer barandillas del metro. Estoy absolutamente tranquilo con los jóvenes. Sé, que vosotros entendéis perfectamente lo que quiero decir. En junio, cuando aún no estaba tan instaurada la mascarilla, me encontré una pareja de jóvenes sentada en un banco del parque del Retiro. Se bajaban la mascarilla para darse un beso, y luego volvían a subírsela. Lo que vi me generó admiración y dolor a partes iguales. Por supuesto, al pasar a su lado del pedí, literalmente: “¡Por favor, besaros tranquilos!”. Creo que estaba más cerca de ser una súplica que una petición. Créeme que este es solo uno de los muchos ejemplos que podría poner, así que no, no me preocupa lo que los jóvenes puedan entender de mis palabras. Saben donde aciertan, y donde fallan. Yo solo los animo a mejorar los aciertos y reducir los fallos; que obviamente, los tienen.
La juventud, por definición, es egoísmo, impulsividad, egocentrismo, hormonas desbocadas y corto placismo. Es una etapa muy difícil donde hay que gestionar quién eres, quién quieren que seas, y quién quieres ser. En estas, aparece una pandemia que os habla en chino, nunca mejor dicho. Sois listos y no os engañan. Por mucho que se empeñen en poner imágenes dolorosas de menores de veinticinco años muertos, familiares destrozados al enterrar a su hijo, y maltrechos impúberes supervivientes del Covid, los números no engañan: es muy difícil que los menores de veinticinco años palméis o enferméis gravemente por este cabrón. Como es un tema muy grave, algunos moriréis y otros tantos las pasaréis canutas. Por si no has hecho el cálculo antes, te diré que 1.000 fallecidos de 5.000.000 de jóvenes, es un 0,02%. No un 0,2%, un 0,02%. A los suicidios, accidentes de tráfico, leucemias y demás mierdas que os ponían el pescuezo contra las cuerdas, ahora tenéis que añadir a este bastardo. Cada muerte, ahora y antes, es un drama; un dolor desgarrador para la familia. Nada hay más horrible que ver marchar a nuestros jóvenes. Pero, a nivel de sociedad, algo, ya sea un tiburón, un tumor o un virus, que te sube un 0,02% las probabilidades de morir, es un porcentaje razonable. Triste, pero aceptable. El papel todo lo aguanta y podemos fantasear con una vida exenta de dolor, pero la realidad, más nos pese, es que la luz va unida a las sombras.
Y es precisamente aquí, donde alucino con vosotros los jóvenes y os convertís en mis maestros. Sabiendo que este virus apenas va con vosotros, o desde luego que estáis a años luz de los estragos que provoca en los ancianos, y los no pocos destrozos a los que están en medio, estáis cambiando todas vuestras rutinas por nosotros. Nos cuidáis, nos protegéis, nos abrazáis. El niño sale de su habitación para proteger a sus “padres” de los fantasmas. Un año, ¡un año sujetando cazos de agua en medio de un desierto en cuyas arenas no están atrapados vuestros pies, solo para que los mayores calmemos nuestra sed! ¡Un año ya!
Sois mis maestros, porque rompéis en mil pedazos el egoísmo tan característico de la juventud con el martillo de la generosidad. Ojalá yo hubiera sido la mitad de hombre, o de mujer, de lo que lo sois vosotros. Con que cariño tratáis a vuestros abuelos, como cuidáis de lo que no es vuestro. ¿Y por qué? Sencillamente, por generosidad.
Claro que acumuláis la mayoría de los contagios. Si las diarreas están en las guarderías y el cáncer de próstata en los hombres mayores de sesenta años, la mayor incidencia de un virus que se transmite a sus anchas en las interacciones sociales, estará en aquellos que representan la piedra angular de la sociabilidad: los jóvenes.
¿Estoy exagerando al poneros tan por las nubes? En parte, sí. ¿Y por qué lo hago? He decidido qué si tengo que pecar de algo, que sea de idealizaros. Ya son muchos los que os demonizan y nunca me gustaron las multitudes.
No necesitáis mi ayuda para guiaros, porque ya lo estáis haciendo muy bien vosotros solitos. Se que está siendo muy difícil, que nada se regala. No bajéis la guardia, seguid luchando y no cojáis el camino fácil. Ya queda menos, chavales.
Aprovecho para extender mi agradecimiento y felicitación al conjunto de los españoles, con mención de honor a nuestros mayores. Maestros de maestros, templanza incombustible, héroes sin más capa que la sabiduría de su mirada. Busque donde busque, no hay franja de edad a la que le encuentre quiebra. Una vez aclarado que no hablaremos de la inusual lluvia que cayó esa mañana de agosto en Valencia, solo puedo admirarme ante la soberbia actuación de todos nosotros. ¿Se podría hacer mejor? Claro, en ello estamos, pero, sobre todo, se podría estar haciendo infinitamente peor. ¿Condescendencia? Yo lo llamo madurez. Solo los niños piensan que ser padre es fácil.
Querido Covid, nos estás jodiendo a base de bien, pero no puedes ni imaginarte lo a tomar por culo que estás de ganar a la humanidad.
R.R.R.

Esta es una de las muchas jóvenes que nos cuidan. Sois de todo tipo de condición social, política, económica o de género, da igual, es un orgullo tener una juventud como la vuestra. Me hace mucha ilusión poder aprender de vosotros, reconoceros como mis maestros. Muchas gracias por vuestra generosidad, por vuestra empatía y por vuestra responsabilidad. Sois la hostia, chicos.