Si te dijese que la maestra de hoy tiene ciento dos años, sería absurda la pregunta de qué ha hecho para ser considerada maestra. Las personas mayores son maestras por derecho propio. Cuidado, ser mayor no te exime de ser un idiota, un cafre o un capullo, pero hasta en los defectos, la edad, te aporta un aura de sabiduría. Habrá mejores y peores jugadores, mejores y peores según que disciplina, pero el que lleva cien años jugando no hay duda que sabe de primera mano de que va la partida de la vida.
No tengo el placer de conocer personalmente a la maestra de hoy. Ha llegado a mí, y luego a ti, gracias a la conversación que tuve con otra mujer y que transcurrió tal como sigue: “La abuela de mi marido tiene ciento dos años. La mujer está de maravilla. Puedes hablar con ella de cualquier cosa. Eso sí, no puedes llamarla ni molestarla cuando está viendo Mujeres y hombres y viceversa. Si lo haces, no tiene ningún reparo en no hacerte ni puñetero caso. En la familia todos lo sabemos y nunca se nos ocurriría interrumpirla”.
Ahí está el secreto de la eterna juventud de esta mujer. No en los bíceps de estos jovenzuelos, que también, sino en las ilusiones. No es que tenga una opinión muy amable sobre ese programa de televisión, pero la idea de una persona de cien años enganchada a ese show de chicos y chicas intercambiando amores y desamores, me atrapó.
No me hace falta conocerla, para saber que en esos cien años esta mujer ha conocido los horrores de la guerra; ha enterrado a sus padres, a casi todos sus amigos y, quien sabe, a lo mejor a algún hijo; habrá enfermado mil veces, llorado y enfadado otras tantas; ha discutido con amigos, se ha aburrido hasta el sopor y ha visto avanzar con indefensión el irremediable paso del tiempo; y la han atemorizado con amenazas de guerras nucleares, cambios climáticos y virus. Anda que no tendrá motivos esta señora para dejarse morir, desangrarse en quejas y lamentos, maldecir lo mal que está el mundo, lo jodido que es envejecer, y en lugar de eso, anhela con ilusión ver a esos jóvenes en su particular teatrillo del amor.
Ya sea ahorrar para unas vacaciones, ponerte el culo para romper nueces, salvar a los osos polares del deshielo, anhelar la corrida de toros del año, comprarte una casa en la playa, pagar un colegio privado a tus hijos, plantar un huerto, abrazar a tus nietos, coleccionar sellos, aprender un idioma o a tocar un instrumento, si hay una luz que perseguir hay un motivo para soñar. Podemos cuestionar la bondad moral del faro, pero es incuestionable que un marinero sin casa a la que dirigirse, es un polizón a la deriva.
R.R.R.

La felicidad es tener objetivos. Muchos accesibles, y unos pocos imposibles. La ilusión es el motor de la vida. No lo digo yo, lo demuestra esta abuelilla picantona que se ríe del rugido del tiempo subida a los abdominales y bíceps de sus chicos.
Nota: Si quieres compartir con nosotros alguna lección que hayas aprendido, estaré encantado de dar a tus maestros y maestras la más afectuosa bienvenida. Puedes escribirme a, rafaelromerorico@yahoo.es