3-04-2020
—Hola Mateo.
—Buenos días. Veo que hoy te has levantado pronto. ¿Has dormido bien?
—No, pero te he hecho caso y he mantenido la hora de despertarme independientemente de a qué hora me durmiese. Me siento como el culo, pero si dices que es lo que hay que hacer, confío en ti.
—No puedes echarte la siesta ni acostarte pronto.
—Lo sé, lo sé.
—Buena chica.
—Mateo.
—Qué.
—Anoche…
—¿Anoche?
—Anoche te vi volviendo a casa de madrugada —se lanzó Clara.
—¡Cómo!
—No conseguía dormirme y me salí un rato a la terraza. Eran eso de las tres de la madrugada cuando te vi aparecer.
—Qué cosas dices. Me confundiste con otro, si es que no estabas soñando que saliste a la terraza.
—Eras tú.
—Te dije el día anterior que no había que ponerse nervioso esperando el sueño, o le trasmitiríamos nuestras malas vibraciones y no nos llevaría con él.
—Así lo hice. La primera hora. Luego me mordía hasta las uñas de los nervios que tenía. Estaba tan inquieta que parecía que estaba bailando break dance con las piernas dentro de la sábana.
—A Morfeo no le va mucho la música, salvo la que él pincha en sueños.
—Anoche lo único que pensaba es que Morfeo es gilipollas.
—A Morfeo le pasa como a los soldaditos, si les presionas más de la cuenta se bloquean.
—¿Qué soldaditos?
—Los penes.
—Joder Mateo, cuando no te pillo con la polla en la mano la tienes en la boca.
—Sólo digo que como con el sueño, ponerse duro con el soldadito sólo provoca que se vuelva blando. Se concilia mejor el sueño y la erección desde el cariño.
—Qué sensibles los cuerpos, ¿no?
—Hay para situaciones que ponerse una pistola en la cabeza es un incentivo, pero para otras es un paralizante. Para los placeres de dormir y follar, mejor negociar.
—Mateo, no quieras liarme. ¿Qué hacías por la calle ayer de madrugada?
—A menudo la gente pregunta sin plantearse si, de verdad, quiere saber la respuesta.
—Yo quiero saber la respuesta.
—Eso decís todos. La cuestión no es si quieres saberla, sino si estás preparada para saberla.
—Lo estoy.
—¿Cómo puedes saberlo?
—¿Cómo puedo saberlo si no lo intento?
—Es complejo.
—Ponme a prueba.
—Puede herir tus sentimientos, forzar las paredes que delimitan tu moral. La respuesta a tu pregunta puede llevarte a preguntas que jamás te habrías imaginado.
—Mejor.
—De acuerdo, Clara. No sé dónde va a llevarnos esta conversación, pero haré como con los problemas de insomnio y erección, me entregaré y lo dejaré estar.
—Quiero ser psicóloga, tengo que aprender a escuchar todo tipo de cosas sin juzgar.
—Adelante pues. Mi mujer está muerta. Murió hace algo más de una semana. Fue rápido. Desde que empezó a toser y faltarle el aire hasta que dejó de faltarle porque ya no lo necesitaba, pasaron cuatro días. Tenía bronquiolitis crónica grave. Eso, y ochenta y tres años. Consideró que su vida había sido larga y fructífera y, partir hoy no se le hacía más doloroso que hacerlo dentro de cinco años. Por otro lado, no albergábamos ninguna posibilidad de que saliese de esta. ¿Podría haber salido? Quizás, pero el riesgo a morir en un hospital lejos de su casa no dejó duda alguna sobre lo que quería hacer. Sobre lo que queríamos hacer. Clara, no me considero buena persona. Si tomo como referencia a mi mujer, apenas hay en el mundo buenas personas. Ella nunca habría usado un respirador que pudiese alargar la vida no ya a una chavala como tú, ni siquiera a una mujer de setenta años. De setenta, a ochenta y tres, en su caso había cambiado mucho su cuerpo. Para peor. Un día murió. Sin más. Me pareció increíble que el mundo siguiese con sus cosas cuando el mío se había puesto del revés. Jamás, en mi vida, he tenido una sensación de irrealidad tan real como el día que murió Carmen. Sigue pareciéndome un sueño del que algún día conseguiré despertar. No puede ser de otra manera. Alguna vez habrás oído eso de: “No hay palabras para explicarlo”. Pues no las hay. Lo sé, porque yo he leído miles de ellas y, ahora que la he perdido, sé que ninguna me preparó para lo que siento. Carmen, mi Carmen, una palabra que vista desde tu edad y tu generación es posesiva pero que desde mi alma es amor, se ha marchado sin soltar su mano de mi corazón. Esa mano, es la que me he negado a soltar yo desde que murió. Esto no es una confesión, sino una aclaración. Te vi el otro día husmeando a través de la cortina. No te lo dije, porque no quería obligarte a hacerme unas preguntas que aún no me habías pedido.
Mateo hizo un alto. Respiró hondo. Tan hondo que el oxígeno le llegó a su mujer, allá dónde estuviese. Clara no parpadeaba y tragaba saliva con disimulo, no quería que su vecino se percatase que todavía no era la terapeuta que quería ser.
—Por favor, sígueme contando Mateo —Clara estaba más cerca de convertirse en esa terapeuta de lo que ella creía.
—¿Segura?
—Sí.
—Hay sitios que una vez dentro ya no se pueden salir.
—Siempre se puede salir.
—Puedes no salir igual.
—Precisamente para eso entramos en esos sitios.
—Está bien, Clara, te contaré todo. Sabes de mi afición por alimentar a las palomas, pero lo que no sabes, es que una de las cosas que más felices nos hacía como pareja a Carmen y a mí, era ir al Retiro a dar de comer a los gatos. Hay gatos por todo el parque, pero la colonia más numerosa, se encuentra detrás del palacio de Cristal. No en la explanada, un poco más atrás, en unos terrenos cercados. Cada dos días, llueva o nieve, les llevamos comida a nuestra familia de gatos. Les tenemos puestos nombres a todos. Los gatos, como las palomas, son un incordio para mucha gente, pero es que siempre ha sido así y siempre lo será, las risas de uno son las lágrimas de otro, y al revés. Supongo que ser político es difícil, queriendo que todos estén de acuerdo en reír y llorar por lo mismo. Ayer, cuando me viste de madrugada, volvía del Retiro. Estarás pensando que con el miedo que me da contagiarme y las multas cómo es posible. La multa me da bastante igual, aunque precisamente lo hice de madrugada para intentar ahorrármela. El miedo es otra historia. Lo paso mal, muy mal. Me van a saltar los dientes por los aires de lo apretados que los llevo. Cuando voy andando tengo tal nerviosismo que me salen tics en los ojos y las manos. Las muevo con un movimiento estereotipado como si les sacudiese un calambre. Todas las penurias quedan olvidadas por la trascendencia de la misión. Tengo que decirte antes, que Carmen es, perdona, era, una mujer entregada a la naturaleza y el cosmos. Me río yo de la mayoría de ecologistas de medio pelo de hoy en día. El día que murió, ella sabía que era el final desde que amaneció. Hablamos mucho, de muchas cosas, como nunca antes habíamos hablado. Y no porque no tuviésemos una buena comunicación, sino porque hay cosas que no se pueden hacer hasta el mismo instante que pueden hacerse. Al igual que la noche más oscura es aquella que precede a la salida del sol, la profundidad de las emociones adquieren su dimensión más sobrenatural cuando su final es inminente. “Mateo, mi vida, los pájaros se comen a las hormigas para, llegado el momento, el pájaro muerto ser comido por las hormigas. Está bien. Es equilibrado. La parte no es nada si no forma parte del conjunto”, me dijo. Me ha llevado unos días aceptar su partida, la muerte irrefutable de mi mujer. Hasta ayer. Ayer, y los próximos días, saldré de madrugada con una parte del cuerpo que fue de mi mujer y, desde la verja del parque del Retiro, llamaré a nuestra familia de gatos. Anoche acudieron Terremoto, Bobo, Inquieta y Perla. Seguro que cuando llegaron a la trastienda del palacio de Cristal, comunicaron a sus amigos que Carmen iba a seguir alimentándoles hasta que volviesen a abrir el Retiro.
—Gracias Mateo.
—Clara, de alguna manera, soy feliz. No, esa palabra es demasiado infantil. Miro mi vida, miro a mi mujer dentro de ella y, me siento, me siento, me siento realizado. Como un chaval que se va a dormir satisfecho de haber hecho las tareas del cole.
APORTACIONES:
JESÚS MARTÍN: «Rafa, tienes que resolver de una vez el problema del «fiambre». No se sostiene el estado de podredumbre. Podrías darle un giro a todo. Por ejemplo, que Mateo tenga alguna patología «.
Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es
reverso.