Cuando paseo por el Retiro y paso al lado de esos amables negros que te ofrecen la felicidad empaquetada en bolsitas, me siento intimidado. No por ellos, gente pacífica hasta donde puedo saber, sino por su portentoso físico. Son un atlas de músculos y tendones de implacable manufactura. Portentos biológicos jamás igualados por la artificialidad del gimnasio.
Con el maestro de hoy tengo sensaciones muy parecidas. Lo suyo es una fuerza natural que aplasta sin necesidad de levantar la mano. Nuestro maestro, intimida desde la coronilla hasta la punta de los pies. Todo en él es enorme: el cuello, los hombros, las piernas, los brazos y por supuesto, la mirada. Una mirada que no deja lugar a dudas que hay que ser muy estúpido para tocar las narices a este vikingo del asfalto. Para afianzar la imponente presencia, varios tatuajes y pendientes. Si tuviese que elegir alguien para defenderme, no escogería un soldado, un karateca o un cachas; le elegiría a él.
Me he entretenido en definir la fiereza de nuestro maestro, para resaltar la lección que me dio. Se ha echado una novieta. Llevan poco tiempo. El caso, es que la chica está embarazada de una relación anterior y quiere abortar. De estas dos noticias, la luz y la oscuridad, nuestro maestro se ha enterado a la vez. Esto fue lo que nuestro vikingo le dijo a la chica:
“El único que no tiene la culpa es el niño. El padre puede ser un gilipollas, pero según vaya creciendo el niño, va a ser lo que más quieras en el mundo. Tenga o no tenga brazos; sea listo o tonto; feo o guapo. Te apoyaré en lo que decidas, pero debes saber que para mí no es ningún problema que tengas ese hijo. Te quiero. MI madre, tuvo un hijo de alguien que odiaba y ahora, ese hijo te está diciendo que te quiere”.
Estas palabras, salieron de un hombre que solo con sus manos podría aplastarme la cabeza hasta hacerla explotar. Donde la mayoría se retirarían, él permaneció.
Puedes utilizar esta historia como te de la gana, pero no es mi intención hacer un alegato en contra o a favor del aborto. Con respeto del aspirante a niño, no es él mi maestro, sino el vikingo. De él salen dos valiosas lecciones:
—La generosidad es un arma poderosa.
—Nunca puedes fiarte de las apariencias.
Esta semana ten presente las lecciones del vikingo, y acuérdate de olvidarte de vez en cuando de ti mismo, para pensar en lo que necesitan los demás.
R.R.R.

¡Cómo pensar que detrás de esa apariencia tan feroz, se escondía una persona con una generosidad más grande que sus manos!
Nota: Si quieres compartir con nosotros alguna lección que hayas aprendido, estaré encantado de dar a tus maestros y maestras la más afectuosa bienvenida. Puedes escribirme a, rafaelromerorico@yahoo.es