Quién me iba a decir, que con lo que huyo de las aglomeraciones, fuese a echar en falta gente por el centro de Madrid.
He ido con la familia a la calle Fuencarral, a comer unas pizzas y al cine. No sé para qué limitan el aforo de los locales al 75% o al 50%. El restaurante y el cine no llegaban al 30% de ocupación. Un lluvioso sábado al mediodía. El día perfecto para picar algo e ir al cine. Cómo sería, que he tardado solo diez minutos en encontrar sitio para aparcar. Un auténtico desastre ante el que es imposible mostrarse indiferente.
¿Y por qué? Pues no tengo respuesta. Y la que me dais, no la entiendo.
¿Qué te cuesta entender, que estamos en una pandemia y la gente se muere? ¿Es que no ves los telediarios?
Que se mueran no debe ser el problema, porque hace un año morían 8.500 niños al día de hambre y no parecía que el mundo fuese a explotar en mil pedazos. En cinco días, murieron más personas que en España en seis meses por Covid, y no pasaba nada. Y eso que eran niños. La vida seguía. Hace un año también, la cifra de muertos por VIH era de 75.000.000, aunque es verdad, que esos, además de negros, muchos eran maricas. De niño soñaba con ser invisible, nunca imaginé lo fácil que habría sido: la capa con la que tenía que cubrirme solo tenía que ser negra y homosexual.
Puedo entender que aquellas personas azotadas hasta la asfixia por la economía, no estén para gastar dinero, como que aquellos que tienen 75 años y asma, no estén por la labor de meterse en espacios cerrados. El descuadre me viene, porque las personas que han perdido el trabajo o son mayores de 70 años representan el 20%, y en cambio en los locales hay menos del 70% que un sábado de hace siete meses. ¿Dónde están los demás? No lo entiendo.
Profesionalmente estoy más que satisfecho, no escribo esto pensando en mis intereses, sino en los tuyos y en los de otros. En los tuyos, porque aunque comprendo tu miedo a morir, como te pases el año que tienes por delante metido en casa, eso sí que te va a ir matando. Una muerte por intoxicación de dióxido de carbono. Una muerte lenta e invisible, de esas que agarran el alma antes que el corazón o el aparato respiratorio.
En mi mente también tengo a los otros, porque el cine y el comer son dos de los grandes placeres que he encontrado a la vida. Les debo mucho, y me da mucha pena verles palidecer por un miedo exacerbado de las personas a no sé qué. ¡A morir, idiota! 50.000 fallecidos de 50.000.000, me parece un porcentaje para estar preocupado, no atenazado. Triste, no deprimido. Expectante, no vigilante. Prudente, no obsesivo. Inquieto, no torturado. Por mucho que lo pienso, es que no entiendo porqué los restaurantes y los cines están tan vacíos.
He visto Pinocchio. Qué grande es el cine. Qué poder evocador. Qué forma de cortejar tus sentidos. En la película los miserables y la generosidad se entrelazan constantemente. Los miserables no son malas personas, sólo son muy pobres. Pero sabes qué, el más pobre de todos, resulta ser el más generoso. En esta súper producción hollywoodense que te ha tocado vivir, La Pandemia, tendrás que decidir qué lugar quieres ocupar. Y no sólo con los demás, también para contigo mismo. Especialmente, para contigo mismo.
Como escritor, estaré en permanente deuda con el cine, la música y la cultura en general. De la comida qué decir. Es sorprendente que algo que repites tan a menudo, siga dándote tantísimos y elevados orgasmos gustativos.
Corren tiempos convulsos para los que tenéis el oficio de meter a las personas en espacios cerrados, para después hacerles volar. Vaya este texto en sincero agradecimiento a todos los que lo hacéis posible.
Reverso