Ayer sucedió algo, que a vuestros ojos, fue sorprendente. A mí no me llamó tanto la atención, porque os tengo en más estima que vosotros mismos. Todos sabéis que estos días los niveles de contaminación están altos y se están tomando algunas medidas al respecto, como por ejemplo limitar la velocidad en la M-30 a 70 Km/h. Al entrar en Madrid tuve la oportunidad de recorrer un tramo de unos quince minutos de la señalada M-30 y curiosamente, tooodos los coches respetaron los límites de velocidad. Cientos y cientos de coches, todos ellos conducidos por personas de lo más variopintas con circunstancias vitales tanto o más variopintas: banqueros, enfermeros, infieles, pedófilos, violentos, curas, viudos, voluntarios de ONGs, borrachos, buenos samaritanos, porreros, jubilados, depresivos, personas en paro, probablemente por ese tramo de carretera pasó al menos un representante de todos los tipos de personas que puedan existir y todas, respetaron la norma que tenía por pretensión hacer un mundo mejor.
Las personas tenéis mejor corazón de lo que pensáis, el problema es otro. Este día que os cuento era fiesta, ¿qué habría pasado si llevase a cabo mi estudio sobre la bondad de vuestra especie un día lectivo? Pues que muy pocas personas habrían respetado esos límites y lo habrían hecho menos a raja tabla. ¿Por qué? Porque sin negar que exista un grave problema de egoísmo, individualismo y corto placismo, no menos importante es el problema del sistema en el que vivís. Claro que a las personas no os importa ir más despacio y proteger el ozono y a los pingüinos, pero un día normal y corriente, tenéis que hacer tantas cosas, que las prisas os pueden. Un día de fiesta los conductores no tienen que dejar a sus hijos en el colegio y luego llegar puntuales al trabajo, un día de fiesta uno puede estar atascado media hora y no tiene porqué correr después para llegar a casa antes de que sus hijos se hayan acostado; un día de fiesta no importa a qué hora se llega a casa, porque si no da tiempo a hacer la comida se pide algo o se baja a un restaurante. En general el contexto en el que vivís no propicia la conciencia social, aunque la exige: Claro que la gente estaría encantada de tener una casa de ciento cincuenta metros para tener un cubo para el plástico, otro para el cartón, otro para orgánico y otro para reciclar a su marido. Cómo no iban a querer comprar coches eléctricos si estos valiesen cinco mil euros y además les regalasen una plaza de garaje para poder recarga la batería en un enchufe. Si le das a las personas seis meses de vacaciones, seguro que no les importa ir a sus destinos turísticos en bicicleta aunque tarden mucho más tiempo en llegar que en contaminantes aviones.
Por supuesto este discurso es un riesgo para caer en la autocomplacencia, pero el vuestro lo es para hacerlo en el auto desprecio. Por todos es aceptado que cambiar hábitos es bastante difícil, quién duda por tanto que para lograrlo necesitáis tirar de amor propio y no de reproches. No todo es responsabilidad del sistema, y hasta cierto punto el sistema lo formáis vosotros. Cierto. Pero no menos cierto es que tachar a los occidentales del siglo XXI de pasotas, ignorantes y carentes de compromiso es una visión muy simple del problema. No se trata de mirar para otro lado y criticar como están las cosas, sólo digo que tal como están las cosas no es tan fácil tener en cuenta los intereses del oso polar del Ártico. Sobre si hay que cambiar o no cómo están por Occidente las cosas vosotros sabréis, yo solo soy un libro y me ocupo de la parte fácil y agradecida: parlotear.
No me cansaré de recalcarlo, por supuesto que se puede hacer mejor y uno ha de hacerse responsable de sí mismo, pero no tengas duda de que eres mucho más majo de lo que crees.
Con permiso del viento.