Hay maestros que dan lecciones que no quieres escuchar. Maestros, qué de un primer vistazo, lo que menos te parecen son maestros. Suelen despertar indiferencia y no pocas veces rechazo. Enfermedades, rupturas o fracasos profesionales son de este tipo de maestros. El hombre de hoy, desde luego, cuando me crucé con él lo último que pensé es que tuviese nada de valor que enseñarme.
Principios de enero. 7:15 de la mañana en el parque del Retiro. Aún es noche cerrada. De repente, me encuentro con algo que llama más mi atención que un extraterrestre: un hombre de unos cincuenta años corriendo con una mascarilla FFP2. Pasa a unos quince metros de mí; en los cientos y cientos de metros de espacio abierto que abarca mi vista, solo cuento a una persona. ¿Quién iba a estar a cero grados, de noche, paseando de madrugada por el Retiro en las Navidades? Al ver a este hombre, me dio tanta rabia comprobar como el miedo nos estaba comiendo terreno, que sentí un dolor definido dentro de mí. Un dolor espiritual, pero palpable.
El responsable de cuidar de cincuenta millones de españoles, tiene la obligación de poner semáforos y de penalizar a quienes se los salten. Nos guste o no, no hay otra forma de conciliar a las masas. Pero la persona encargada de sí misma, tiene la obligación de hacer una valoración concreta de cada uno de esos semáforos y, por supuesto, aceptar con serenidad las consecuencias legales y personales de saltarse las leyes. Ver a ese hombre correr con mascarilla por el bello y solitario Retiro, solo acompañado por la luz de las farolas y las esquivas estrellas, fue lo mismo que si le hubiera visto mirar en el móvil la incidencia de casos por cien mil habitantes mientras se daba un revolcón con Scarlett Johanson.
Y con todo, aún desconocía todo lo que tenía que enseñarme este hombre. Desgraciadamente, no pude parearme a hablar con él, pero me es fácil imaginarme lo que me habría dicho:
“Cumplir las normas, seguir el trazado que otros marcan, sentarte de copiloto y disfrutar del paisaje, es muy liberador. Aún no sabes cuánto. Créeme, deberías probarlo. Te hará bien dejar de estar todo el rato poniendo el punto sobre las íes. Además, lo más habitual, es que las mayorías no estén equivocadas. Si muchos van por ese camino, ese camino suele ser bastante bueno. ¿Tan arrogante es tu ego que tienes que ir siempre por la senda sin pisar? ¿Tan catastrófico es coger la opción que más sensata parece, sin cuestionarte cada punto y coma de esa sensatez? Me han pedido que gire a la izquierda al llegar al final de la calle y, ¿sabes qué?, eso es exactamente lo que voy a hacer. Confío en la gente. Tú deberías hacerlo más. Entiendo que te parezca horrible verme con una mascarilla en este bosque desierto. Quizás tengas razón. Pero no menos cierto es que no siempre se puede ganar arrasando como un incendio poderoso y rabioso. A mí me falta el fuego, o no, pero no hay duda de que a ti te falta aprender a moldearte como el agua”.
R.R.R.

Tendré muy en cuenta las palabras de este sabio maestro, que no quiere otra cosa que despertar el agua que hay en mí para que pueda adaptarme a los inverosímiles “huecos” en los que me irá metiendo la vida.