Las urracas

Llevo unos días viendo como una pareja de urracas hace un nido en frente de mi casa. Las urracas son unas aves que no suelen despertar el afecto de nadie. Lo más que se sabe de ellas, es que roban las cosas brillantes que salen a su encuentro. No sé si será una leyenda. La verdad es que la antipatía que reciben está injustificada. No llenan las aceras, coches, cogotes y monumentos de diarreas como las puñeteras palomas; su vuelo es elegante; su tamaño es lo suficientemente grande para facilitar considerarlo un ser vivo; el blanco de su panza deja un atisbo a la esperanza del que carece el cuervo; no son una plaga; en definitiva, me llama la atención que hayan pasado tan desapercibidas para mí. Hasta hoy, que se han convertido de la noche a la mañana en mis maestras.

¿Cómo esos bichos pueden entregarse a un proyecto común con tanta determinación? Tendrías que verlas hacer el nido. Con qué maestría van colocando una a una cada ramita. Con lo inútil que soy poniendo un cuadro, me asombra la finura de su tarea. Si fuesen humanas, podrían ser neurocirujanas o ingenieras. Día a día su hogar va adquiriendo forma. Nada más subir la persiana a primera hora de la mañana, me las encuentro faenando. Perseveran. Trabajan en equipo. Desconfían de cualquier cosa que pueda poner en peligro su misión: al menor de mis movimientos se alejan del nido para no delatar su ubicación.

Me he enamorado de su entrega incondicional, del poder del instinto, de lo lejos que las veo de esa infinita batería de excusas paridas por la razón que nos vuelven a los personas pasivas y huidizas. No se plantean si mañana talarán el árbol, o si los vientos romperán la rama, sencillamente, actúan, trabajan, se comprometen, avanzan. Estas maestras me dan una lección con cada ramita que arrancan con tesón, suben al nido, colocan y asientan con su saliva. Una y otra vez. Una y otra vez. Si los planes se tuercen, la tormenta las pillará trabajando, no quejándose de todo lo que podría ir mal para justificar no hacer todo lo que se debe de hacer.

La proyección de su mensaje es válida para cualquiera que se plantee no dejarse la piel en unos estudios, un trabajo o un amor, ante la falta de garantías de hacerse con el botín. Estas urracas se curran su parte y se olvidan de lo que no pueden controlar.

Al principio no fui consciente de estar haciendo lo que las urracas me habían enseñado. Durante una hora estuve buscando la foto que acompañase a este texto. Me ponía a escribir y al verlas llegar al nido, me asomaba al marco de la ventana en busca de la instantánea. Nada, las fotos no valían. Volvía a escribir hasta que otra vez aparecían por allí y volvía a levantarme. Hice esto en más de diez ocasiones. Me llegué a sentir bastante tonto. Estaba perdiendo la mañana por una foto absurda. Hasta que recordé a mis maestras. Se pueden decir muchas cosas de la foto que he puesto, pero en una estamos todos de acuerdo. A nivel técnico, no vale una mierda. Es más fácil encontrar a Wally en una concentración de Papas Noeles, que a la urraca y su nido entre las ramas. Pero, ¿que más da? Lo importante, es que tuve la determinación para perseguir la instantánea más allá del resultado. El mensaje de hoy no está en la calidad de la foto, está en la foto en sí misma. Me alegro de no haber conseguido una buena fotografía. La lección de las urracas no es esfuérzate y conseguirás lo que quieres, sino: esfuérzate y te importará menos no conseguir lo que quieres.

R.R.R.

Gracias maestras por ayudarme a recordar que el resultado es caprichoso. La voluntad es a lo único a lo que podemos agarrarnos sin temor a que la sombra del azar nos robe.