El malabarista bípedo

Cuenta la leyenda que la tierra estuvo pacíficamente habitada por animales de cuatro patas hasta que el creador, la evolución o el caos, según a quién preguntes, decidió añadir una nueva especie de animales bípedos llamada ser humano. No pasó mucho tiempo hasta que estos humanos comenzaron a constatar que la vida en la tierra aún siendo buena, no era perfecta. Si la felicidad no estaba en la superficie y bajo ella ya sabían que no la encontrarían (estaban informados por los topos), se hallaría sobre ella, en el cielo, y con tal fin instalaron un entramado de cuerdas horizontales y tirolinas que iban de una copa a otra de los árboles.
Todos los animales quisieron contemplar la selva desde el cielo y constatar si esa vida perfecta que buscaban los humanos era posible. Fueron muchos los animales que lo intentaron, pero sus cuatro patas lejos de ser una ventaja, les impedía mantener el equilibrio sobre una cuerda tan pequeña e inestable. Miles, millones de animales cayeron sin cesar en su intento por coronar los cielos; hasta que llegaron los seres humanos. Estos animales bípedos no eran más hábiles que los otros, pero eran más inteligentes y descubrieron que ayudándose de una pértiga podían andar, no sin dificultades, por las cuerdas del cielo. El tiempo fue transcurriendo y con él la evolución, y cada vez los animales humanos pasaban más tiempo en las copas de los árboles y menos con sus pies en el suelo. Esta diferencia de altura hizo que los contrastes entre unos y otros fuesen más evidentes, hasta el punto que en el 2017 los humanos que andaban por las alturas no reconocían como primos suyos a aquellos seres primitivos que caminaban por abajo.

La mayoría de personas viven su vida humana mirando con recelo al vacío que se abre bajo ellos. Sienten como la gravedad les empuja hacia su lado más primitivo, sus instintos, pero negocian consigo mismos para mantener un equilibrio siempre frágil entre su parte humana y animal. A veces cometen errores morales, que no son otra cosa que pasear más tiempo del conveniente con los animales, pero no tardan en ser juzgados por su raciocinio bípedo. La vida de los humanos es enriquecedora, solo ellos pueden elegir si subirse o no a la cuerda que les llevará por las alturas, pero no cabe duda que andar con una pértiga decidiendo en cada momento si hay que dejarse caer o luchar por mantener el equilibrio no es tarea fácil.

Como siempre, una vez más, la felicidad y la sensatez no se encuentran ni arriba ni abajo, sino en saber discernir cuando estar en un lugar y no en otro.

Los seres humanos no son otra cosa que animales haciendo precarios malabares sobre sus instintos.

Con permiso del viento.