Normas. Educación. Responsabilidad. Coherencia. Prudencia. Leyes. Sensatez. Medida. Juicio. Productividad. Equilibrio. Eficiencia. Cordura. Respeto. Civismo. Ética. ¿Cuándo se juega en esta casa?
Hay dos tipos de leyes, las que crea el estado, “objetivas” y publicadas, y las del pueblo, subjetivas e intuidas. Hablemos primero de las del Estado. Si no pones el ticket del parquímetro o te saltas un semáforo de vez en cuando a las dos de la madrugada a diez kilómetros por hora, ¿qué podría suceder? Me podrías contestar que lo que ocurrirá es que al día siguiente te lo saltarás a veinte km/h a las doce de la noche para poco después arrollar a una viejecita con sus nietos a cien por hora un martes a las once de la mañana mientras vas de coca hasta arriba. ¡Por favor! El uno no tiene que conducir al dos ni el dos al tres, y si piensas de esa forma aplícatelo con todo, no sólo con lo que te interesa. Nunca bebas una copa de vino porque acabarás borracho, nunca hables con un compañero de trabajo porque acabarás en la cama con él, nunca fumes un pitillo porque acabarás enganchado a la farlopa, nunca te eches sal porque te dará un ataque al corazón, nunca faltes al trabajo porque acabarás siendo un gandul, nunca veas pornografía porque acabarás gastándote todos tus ahorros en mujeres y hombres de compañía y nunca te masturbes porque acabarás ciego. ¿Pero vamos hacia delante, o hacia atrás?
No seas tan miedoso, no creas que la única forma de evitar el tropiezo es huyendo de la tentación por ínfima que sea su manifestación. Confía más en tí mismo, no caigas en la trampa de creer que saltarse algunas veces las normas o hacer locuras te convierte en un sociópata irreversible o en carne de psiquiátrico. Sobra decir que cuando te animo a saltarte las reglas, a no ser políticamente correcto, hago referencia a hacerlo de vez en cuando y en aquellas acciones cuyas consecuencias no lastimen a nadie. No te pido que vayas borracho a doscientos por hora, engañes a tu pareja, apuestes todo tu patrimonio al póker o mates al panadero para ver que se siente. Lo que te pido este miércoles va más relacionado con el segundo tipo de leyes, con la necesidad de que puntualmente tomes decisiones precipitadas, arriesgadas, incomprensibles desde una perspectiva lógica, en definitiva lo que se vienen llamando decisiones estúpidas. Y se las cataloga de esa manera porque en su elección te decantas por la emoción en vez de por la razón.
Es difícil saltarte esas leyes, porque mientras que ningún policía te detendrá por desayunar boquerones con kétchup, la otra policía, la del pueblo, temes te quieran quemar en la hoguera por loco. Precisamente por eso, esas, son las leyes que te ruego te saltes. Lo que hoy te pido es que hagas el amor en los baños de un restaurante, que apuestes algo de dinero a esa opción que estadísticamente es tan poco razonable pero que tanto te atrae, que vayas a comer un arroz caldoso a ese restaurante que está a seiscientos quilómetros para volver a dormir a casa, que cantes por la calle, que digas aquello que te apetece decir y que todo el mundo dice que deberías callar, que te tires un pedo en el momento exacto que sientas la necesidad y no cinco minutos después… Si te apetece ponerte un plumas en agosto póntelo. Si quieres comer con las manos hazlo. Infantilízate, animalízate, por un momento, relájate. El noventa y nueve por ciento del tiempo restante seguirás siendo un ciudadano honorable y cabal, pero usa con descaro ese uno por ciento, ese respiro que a nadie debería faltar para no olvidar que la vida no es una cuadrícula en la que si te sales un milímetro vendrá el coco y te arrastrará a los infiernos. Por un momento permítete saltarte algunas de esas reglas que tan bien te hacen. Siempre estás controlado, buscando la mejor opción, la más prudente y sensata; haces todo lo posible por agradar a los demás y dar una imagen de normalidad, porque a veces te permitas pequeñas concesiones no te vas a convertir en un criminal repudiado por la sociedad.
¿Por qué te animo a este tipo de cosas? Para que te diviertas, para que no se atrofie el niño que llevas dentro, para que te sientas un poco travieso, para que descanses por unos momentos y puedas continuar con el deseable propósito de la coherencia y el buen juicio, para que cuando seas viejo y estés en el crepúsculo de tu existencia, al acordarte de esas pequeñas locuras te salga una sonrisa que deje en paz a aquellos que contemplan tu partida.
Amigo, una vez más, te tomas la vida demasiado en serio.
¡Felices vacaciones de Semana Santa!
Los niños no tienen mucho margen para hacer locuras, los viejos tampoco, y los adultos no las hacen para asegurarse que el niño llegue a viejo. ¡Menuda estupidez!
Con permiso del viento.