Una maravillosa sorpresa

Aunque no tenía intención de escribir en el mes de agosto, también hay que tomarse vacaciones de los placeres cuando estos se realizan de forma prolongada, aprovechando unos días que he recalado en Madrid voy a hacer un par de excepciones. Hoy es la primera.

Si me has leído últimamente te habrás dado cuenta de mi lucha personal contra el uso indiscriminado de las mascarillas. He sido muy pesado, lo reconozco. Yo también me aburro de mí mismo. No estoy librando esta cansina contienda contra un trozo de tela, sino contra lo que representa su uso en todo momento. Si tuviese que escoger una sola palabra, un único músculo que fortalecer, una barca con la que echarme a la mar en busca de la felicidad, esta sería el equilibrio. Por eso este sábado me siento feliz y esperanzado.

Mi discurso va a sonar raro y molesto a muchas personas, teniendo en cuenta que la línea de abordaje predominante es concienciar a la población a través del miedo. Mientras que la mayoría hablan de brotes de oscuridad, yo me centraré en el luminoso brote de mesura que ha florecido hoy en el Retiro.
He ido al Retiro a hacer dos sesiones telefónicas, algo inusual en mí, soy muy escrupuloso respetando mis vacaciones, pero el dolor de estas personas así lo requería. He buscado un árbol aislado y junto con las hormigas que no han dejado de corretear por mi piel he tenido las sesiones.
Se da la circunstancia de que me fui de Madrid justo el día anterior a que se hiciese obligatorio el uso de la mascarilla, una curiosa casualidad teniendo en cuenta mi rebeldía con su uso indiscriminado. Hoy no sabía muy bien a qué atenerme. Alguien me dirá: “Pues muy sencillo. El uso de la mascarilla es obligatorio siempre y en todo momento que estés en el espacio público salvo que estés haciendo deporte o comiendo”. Sí, si cogemos a raja tabla la ley, esta no admite discusión alguna. Eso es precisamente lo que me disponía a observar, si los moradores de ese parque la aceptaban tal cuál o introducían pequeños guiños de madurez y responsabilidad.

Lo que he visto me ha gustado. Mucho. La distancia de todos los que alcanzaba mi vista, sería entre cada uno de nosotros de entre cinco y diez metros. Uno leía, una pareja jugaba con su hijo de un año, dos chicas hablaban entre ellas sentadas separadas una de otra, otro escuchaba música apoyado en un árbol… Ninguno de ellos llevaba puesta la mascarilla. Debo parecerte Lucifer elogiando a estas personas, como hubo un tiempo que debían parecer brujas las mujeres que llevaban minifalda y querían dirigir una empresa, o aquel otro que el domingo no iba a misa. Algunas otras personas iban andando solos por los caminos y, cuando iban a cruzarse con alguien, se colocaban bien la mascarilla. Algún otro se ha cruzado con personas sin ponerse la mascarilla. Eso no me parece bien.

En estas, he visto venir de lejos un coche de policía. Les he visto antes de que ellos me viesen a mí, por lo que me hubiera dado tiempo a colocarme la mascarilla. Entonces he pensado que no tenía a nadie a menos de diez metros y por tanto, no veía sentido ponérmela. Si no estaba dispuesto a pagar una multa por mis principios, qué poco valor estaba dando a mis principios. El caso, es que el coche patrulla ha pasado cerca de mí y no me ha dicho nada a pesar de tener la mascarilla sobre mis chanclas. Tampoco al resto de personas que habitaban sus islas personales. Después han pasado unas cuatro veces más con el mismo resultado.
Habrá quien quiera la cabeza de estos funcionarios sobre una bandeja. Yo sólo puedo darles las gracias. Las gracias por entender que todo, todo, hasta las leyes, da lugar a la medida y el matiz. Yo podría haberles expresado mil argumentos, a los que ellos, con la ley en la mano y el poder para hacerla cumplir, podrían haberme callado la boca con un simple ademán de su mano. “No me cuentes tus historias. El asunto es muy simple. Uso obligatorio en espacios públicos. ¡Punto! ¡No hay más discusión! Las normas están para obedecerse, acátalas y no me hagas perder el tiempo”. Pero no, esos policías no eran padres autoritarios que zanjan la cuestión con un “Porque yo lo digo” o “Lo que escrito está, a pies juntillas se debe seguir”. Han tomado el difícil e inevitablemente arriesgado camino de pensar. Enhorabuena.

No sé si puedo amar más Madrid y el Retiro, pero hoy, la responsabilidad y mesura de los policías y los moradores del parque, me han hecho feliz y esperanzado. Los extremismos aún no han ganado la partida. La encandiladora sencillez del radicalismo no ha encontrado eco en las quietas aguas de su estanque. Muchas gracias por esta maravillosa e inesperada sorpresa.

 

Reverso.