¡Dejadme en paz!

Me encanta viajar, pero no necesito que nada más llegar del hotel que he contratado con ustedes me breéis con los siguientes mails: “¿Preparado para el siguiente viaje?”. Me gustan las mujeres, pero no necesito que las fachadas de edificios y autobuses estén rebosantes de hembras con poca ropa a las que debo aspirar. Me apasiona la montaña, pero no necesito que cada vez que estoy navegando por la red me aparezcan fotos de mis lugares favoritos y empresas que están deseando llevarme allí. Me gustan los coches, pero no necesito que la mitad de los anuncios de la televisión sean de ellos. Me gustan mis amigos y saber de ellos, no que las redes sociales a las que pertenecen se tomen la libertad de saber de mí. Me gustan los vicios cuando éstos me esclavizan tan poco que apenas pueden ser llamados como tal, pero no necesito que me digan una y otra vez que la amistad se forja alrededor de una cerveza.

Hoy más que nunca, la publicidad nos invade, nos manipula, nos corrompe, nos dirige como títeres descabezados. Si quiero irme de viaje ya iré a una agencia de viajes o a internet, dejadme en paz. Si quiero ver mujeres iré a la calle o a una discoteca, dejadme en paz. Si quiero comprarme un coche iré a un concesionario, dejadme en paz. Si quiero un teléfono tan inteligente que sepa hacerme un cocido o una fibra óptica de un millón de Mb, no me será difícil encontrar quién me la venda, dejadme en paz. Si quiero mejorar mi vida sexual ya buscaré condones con sabor a piña, no sé, seguro que me las arreglaré, dejadme en paz.
Dejadme estar dónde estoy, disfrutar de todo lo que tengo sin desviar mi mirada a todo aquello de lo que carezco. Dejad de querer que viaje a Tailandia mientras leo el noticiario digital en el baño, o que me compre un papel super suave para mi culo cuando estoy en Tailandia. Dejadme en paz.

Si quiero algo ya lo buscaré, hoy el bazar para encontrar ocio es inmenso y realmente accesible. De verdad, no necesito que me recordéis si quiero comprarme un coche, echar un polvo o conocer la Antártida; llámame pretencioso, pero sé cuándo quiero algo.
Dejad de convencerme con buenas maneras de lo feliz e interesante que se volvería mi vida y yo mismo si tuviese tal cosa o visitase tal lugar. Dejad de mover el hipnotizante péndulo de la publicidad ante mis ojos para recordarme toooodo lo que necesito. Con ustedes es imposible no sentirse permanentemente incompleto, porque las posibilidades que ofrecen son inabarcables. Y ya que estamos dejen de mentir: los coches son coches, los teléfonos teléfonos, los Bancos Bancos, los relojes relojes y las galletas ricas en fibra galletas ricas en fibra, ninguna de esas cosas que se compran con dinero te darán lo que dicen que darán: amor, tenacidad, sociabilidad, ilusión mantenida, humanidad, compromiso, elegancia. Plenitud. Todas estas cosas se trabajan, no se compran.
Ustedes venden unos cómodos y manejables zapatos para bailar, bien, no pretendan convencernos que los zapatos bailarán por nosotros. Limítense a ofrecernos una descripción del producto, dejen de asociarle valores emocionales que no le corresponden.

Ya. Lo sé. Ustedes tienen derecho a hacer lo que buenamente consideren. No obligan a nadie ni a comprar ni a mirar. Tienen más razón que un santo, es innegable. Ahora si ustedes me venden sus productos, yo les regalo mis ideas: ¡Iros al cuerno y dejadme en paz!

Con permiso del viento.