Las generalizaciones son horrorosas por simplistas y demonizadoras, pero tienen algo bueno: son concisas y ahorran tiempo. Y como los dos disponemos de menos tiempo del que engañosamente da a entender esa bolsa llena de minutos y meses que cantan nuestros relojes y calendarios, iré al grano: los medios de comunicación me caen mal. Ahora bien, una cosa es que no suelan ser de mi agrado, y otra que les culpe de lo que yo llevo en los bolsillos.
No hace ni un mes que los padres de la joven zamorana que secuestraron, violaron y mataron pidiesen por favor que los medios de comunicación cesasen el circo, y hacéis un nuevo show de Truman con el niño del pozo. Si no fuese porque me gusta defender causas difíciles no habría cogido vuestra defensa, porque ya os vale troncos, es que aún os pica la boca del anterior pimiento de piquillo y ya estáis comiéndoos otro. Sois como los niños con el chocolate: no sabéis parar.
No podemos alegar que no os lo estéis buscando y claro, ya empiezan a escucharse voces que os culpan de haber retransmitido la agonía de esa familia y de usar emociones primarias para haceros con la audiencia. Sois carniceros de lo humano, diseccionáis a antojo la vida de las personas con un único propósito: dar al pueblo carnaza. Pero he aceptado el caso, y me dispongo a defenderos.
Señoría, no puedo negar la mayor. Mi cliente es un hombre de negocios, o mujer si alguien se siente ofendido y quiere que hablemos de las medias de comunicación, aunque igual también es ofensivo que lleve medias y debería hablar de los pantalones de comunicación…en fin, perdone mi despiste, pero es que no quisiera perder el voto del jurado femenino. Como iba diciendo, mi cliente usa medios legales para llegar a un fin muy concreto: audiencia. Audiencia que se transforma en dinero, euros que se transforman en coches de lujo y hoteles caros dónde disfrutar de la familia y muy probablemente, apagar la televisión que tanto les aburre y ellos mismos han creado. Entiendo que desde un punto de vista moral pueda cuestionarse el leitmotiv de su existencia, pero estaremos todos de acuerdo en esta cámara que no estamos aquí en una escuela ni en una iglesia para adoctrinar a los adultos sobre los caminos de la decencia, sino para hacer justicia y dar a cada cuál lo que se merece. Tampoco pretendo negar los datos, con el niño del pozo mi cliente ha obtenido unos ratios de audiencia descomunales. Es más, son esos datos en los que deseo apoyar mi defensa. ¿Acaso los medios de comunicación se han metido en cada hogar y han encendido el televisor? ¿Debemos culpar a la inteligencia artificial que hayamos cambiado la revista que siempre nos acompañó en el wáter por los periódicos digitales que visualizamos en la tablet y el contenido qué escogemos? ¿Son ellos señoría, los que en vez de estar sentados en un banco leyendo un libro o contando pájaros nos obligan a encender nuestros móviles y seguir al detalle los dos granos de arena que han retirado del pozo desde la anterior vez que encendimos el teléfono hace dos minutos?
Queridos miembros de este tribunal, la inteligencia artificial, el Big Data, la cuarta revolución en la que nos encontramos, nada tienen que ver con esto. Ponen luces de neón a los caminos que quieren que sigamos, pero ya somos todos bastante mayorcitos para hacernos cargo de nuestras decisiones. No hay duda de que condicionan nuestro comportamiento, nos hacen más apetecibles unas opciones frente a otras, pero nadie se mete en nuestro cerebro y nos obliga, irremediablemente, a escoger una opción.
No, no es Twitter, ni los medios de comunicación, ni Facebook ni Putin. Tampoco lo es Google, ni los enanitos que trabajan en Silicon Valley. Somos nosotros, pero si algo siempre ha caracterizado a ese “nosotros”, es nuestra soberbia capacidad para echar balones fuera mientras presumimos de tener nuestras puertas abiertas a todos los balones del mundo.
La vida, de un tiempo a esta parte cada vez más larga, ha ganado aburrimiento en la misma proporción que distancia; no en vano no sólo tenemos más minutos, sino que desde la revolución industrial tenemos más segundos ociosos en cada minuto. Aunque suene a chiste, entre los nuevos retos a los que nos enfrentamos está aprender a gestionar tanto tiempo, y tanto tiempo libre. Los medios de comunicación dan al pueblo lo que el pueblo pide, son el circo romano del siglo XXI (en el Coliseo levantaban los pulgares para perdonar la vida al esclavo, y ahora hacemos lo mismo dando a likes). Si hemos quedado que son empresas sin escrúpulos que sólo quieren ganar pasta, mercenarios que se deben a su dueño, ¿por qué iban a ofrecernos algo que no nos interesa? Serían estúpidos. Y si hay algo en lo que su honorable señoría y yo estaremos de acuerdo, es que mi cliente, de estúpido no tiene ni un pelo.
Parejas, padres, hijos, profesores y jefes. Políticos y tendencias culturales. Tecnología y medios de comunicación. El sistema. Y nosotros, ¿en qué lugar nos ponemos en la escala de responsabilidad?
Espero que el veredicto de este jurado sea que cada cual, siga pudiendo contar lo que le venga en gana contar; y cada cual, se haga responsable de lo que decide escuchar.
Prohibir por decreto decir tonterías sería callar la boca a la humanidad.
El rumor del olvido.