Los libros, como los árboles, en nuestra inmovilidad llevamos bastante bien el parsimonioso transcurrir del paso del tiempo. No me ha hecho falta pasar muchos meses con vosotros para descubrir que no debéis temer por el Ébola o el Zika, no, en occidente otro virus menos mortal pero de dimensiones pandémicas está contagiando a niños, adultos y ancianos por igual. El tratamiento es sencillo, el problema es que para que funcione antes uno debe ser consciente de que está enfermo y tomarse el antídoto.
¿Te has dado cuenta ya? No, seguro que no, hay enfermedades en las que el enfermo es el último en darse cuenta del problema. ¡Traicioneras enfermedades aquellas que esconden sus ejércitos hasta que la victoria ha de caer forzosamente de su lado! Las hay del cuerpo y del alma, y ésta, como todas, es difícil saber si empieza en la carne y acaba en el espíritu o al revés.
Te ayudaré a descubrirla. Fíjate en la velocidad a la que andas, comes, hablas, piensas, juegas… Párate en seco en medio de la calle y observa. ¡Es una plaga!, y nadie es consciente de estar infectado. Corremos para cruzar semáforos que volverán a ponerse verdes en dos minutos, comemos a la vez que leemos, leemos a la vez que escuchamos música, escuchamos música a la vez que nos hablan, conducimos a la vez que pensamos y pensamos que vamos a hacer cuando aún no hemos acabado lo que estamos haciendo. El hábitat natural de esta enfermedad es el ajetreo de la vida cotidiana en la ciudad, y es allí donde mejor pasa desapercibida. ¿Cómo la llaman? La llaman prisas, y la mejor manera de vacunarse contra ella es parándose varias veces al día a observarse.
Que el cuerpo vaya deprisa no es el problema; los corredores marchan veloces y no por ello están estresados. Que la mente ande apresurada, inquieta, impaciente, es ahí donde las prisas desgastan a las personas. Tu objetivo es ralentizar tus pensamientos, aunque te será de ayuda calmar tus movimientos. Anda tranquilo y tus pensamientos discurrirán sosegados; piensa con calma y tu cuerpo estará relajado.
Cuando te quieras dar cuenta te descubrirás a ti mismo corriendo otra vez por la ciudad. No esperes que nadie se plante frente a ti a pararte, ellos también van con prisas sin ser del todo conscientes de sus prisas. Chequea varias veces al día la velocidad con la que estás haciendo las cosas y pregúntate si realmente no podrías hacer lo mismo más despacio. Asumimos, que mientras vivas en la ciudad con sus ruidos y colores, sus horarios y compromisos, sus retos y ambiciones, la parsimonia será un valor que avanza contracorriente. Habrá ocasiones que necesitarás ser ágil en tus movimientos para adaptarte a los tiempos de la ciudad, pero cuídate de que las prisas no estresen tu cuerpo ni tu mente. Si mantienes la mente serena tus actos serán rápidos y precisos sin alterarte. Calma. No hay nada tan urgente que no pueda esperar. Y si lo hay, con mayor motivo has de estar calmado. Párate. Respira hondo. Acalla esos pensamientos que te aturullan con sus miedos y sus prisas. Vuelve a respirar y ahora sí, sigue caminando.
Al final, como en todo, el mejor antídoto es ser uno mismo consciente de dónde viene, dónde está, y dónde acabará por llegar partiendo de dónde está.
Con permiso del viento.