La dinosauria

Hay una dinosauria T Rex que se está adueñando de mi casa. Su descripción de género y especie es importante, como me ha hecho saber mi hijo de seis años. Tiene sentido. Es como si a una mujer filipina le decimos que es un hombre chino.

Esta hembra de T Rex, aparece en los sitios más insospechados. Me observa mientras hago mis mundanas necesidades sentado en el retrete, aparece en mi mesilla de noche, en una caravana de animales recorriendo el pasillo, o encima de la mesa de la cocina junto a un vaso de leche. Ahora mismo, sin que yo la haya puesto ahí, está a los pies del diván dónde estoy escribiendo mirándome de refilón con sus intimidantes fauces abiertas.

Me paso los días diciéndole a mi hijo que recoja a su T Rex. Y sus coches del salón, y sus muñecos de mi dormitorio o la espada de madera del banco de la cocina. Su hermana, cinco años mayor y más ordenada, no deja juguetes sino luces encendidas, zapatillas en la entrada y envoltorios de comida por el salón. Ambos comparten un sesgo olvidadizo hacia un pulsador situado encima del váter.

Estoy mirando a los ojos a la T Rex, bueno, creo que es ella la que me mira a mí, y veo en ella a la maestra que andaba buscando. Como las buenas maestras, sus mejores lecciones no necesitan más que de una pregunta. ¿De verdad deseas que no plante mi culo sobre tu diván? La respuesta era tan obvia, que me puse a buscar la trampa. Y la encontré. La trampa que me estaba haciendo a mí mismo sin yo saberlo. Algo mucho peor que una dinosauria poniendo sus ovarios sobre mi diván, es una casa dónde no haya dinosaurios ni mochilas en medio del descansillo. Tomé conciencia de la maravillosa luz que aportaba un dinosaurio a las monocromáticas vidas de los adultos. Entonces, no solo dejé de desear que la T Rex desapareciera. Empecé a temer cuando lo haría. El día que vuelva a casa y me encuentre la previsible y empaquetada vida de un adulto, descubriré por segunda vez entre lágrimas, que los Reyes Magos son los padres. La infancia volvía a escaparse de mis manos por mucho que cerrase los puños.

El tiempo es una red en la que estamos todos enganchados. Cuando tiras de una esquinita, todo, y todos, somos arrastrados a la vez. Si un nudo avanza, los demás no permanecerán inmóviles. Esas zapatillas en medio del salón están donde tienen que estar. Ese padre diciendo que se recojan, está donde tiene que estar. El niño ha de actuar como un niño; el adulto, como un adulto. Todo sigue el orden natural de las cosas. Esa es la lección de mi maestra. Una lección que hace sangrar la nostalgia, pero nadie dijo que aprender de los maestros fuese cómodo ni fácil.

En los ojos de mi maestra la T Rex, veo la mirada de una madre que por mucho que ama a sus hijos, no puede protegerles de todas sus tinieblas. Su lección me llega intacta. Si yo me he extinguido, tú, todos, os extinguiréis. Cómete el presente a dentelladas, pero por mucho que aprietes, no lo detendrás. Somos esclavos del tiempo, no dueños de él.

R.R.R.

He hecho un propósito conmigo mismo. Cuando mi hijo sustituya a su T Rex por sexo, amigos, independencia, proyectos académicos y profesionales, viajes y diversión a raudales, la adoptaré. Ella me ayudará a que el envejecimiento de mi mente vaya algo descompasado al de mi cuerpo.