¿Sabes porqué cuando la enfermera va a pincharte te avisa un instante antes de clavarte la aguja? Porque el dolor, cuando se anticipa, duele menos; justo lo contrario a lo que sucede cuando no contamos con él. No digamos ya cuando aguardamos la caricia de un beso y nos encontramos con un desgarrador bofetón que nos cruza la cara.
Para todos aquellos que viven instalados en la ansiedad, rumiando todas y cada una de las posibles desgracias a las que tendrán que enfrentarse, me veo obligado a hacer un alto en el camino para aclarar el párrafo anterior. Conocer de antemano lo que se avecina te permite prepararte, cierto, pero la enfermera no te envía un mail dos meses antes para que pienses una y otra vez cuánto te dolerá el pinchazo creciendo por días ese sufrimiento en tu imaginación; y no lo hace precisamente para que la preparación no se convierta en pasiva y angustiosa obsesión.
Volviendo a lo nuestro, algo más inquietante que las sombras, es descubrir sobre el terreno que las luces no brillan tanto como habías dado por hecho lo harían, como si fueses a la administración a cobrar un boleto de lotería y al cruzar la puerta te clavasen una aguja a traición en el trasero.
De los muchos ejemplos que podría ponerte, dado el espíritu estival reinante, optaré por el de las vacaciones. El premio a once meses de trabajo, trabajo en el más amplio sentido de la expresión, son las vacaciones. Uno se lanza a ellas como a una madre que colmará de mimos a su criatura, volcamos en ellas la responsabilidad de aportarnos la frescura que ha ido cediendo bastiones durante el año, último paraíso refugio de nuestros sueños más infantiles, parque de atracciones infinito sin hora de cierre…; eso son las vacaciones. Después de once meses cumpliendo con la vida nos merecemos una felicidad en mayúsculas y sin fisuras, una luz imponente que borre como el destello de una explosión nuclear cualquier rastro de sombras. Y entonces, llega el verano, y con él los divorcios, y la laboriosa convivencia con parientes y amigos que no sueles ver más que en breves comidas, y la soga con la que quieres ahorcar a tus hijos; y también hace acto de presencia el ocio, el cielo prometido, y sucede como con ese hombre que comparte lecho con cinco ángeles del placer y al poco de retozar comienza a dudar de sí la fantasía de estar con varias mujeres a la vez no es más que eso, una fantasía, que al tocar tierra revela que carece de las respuestas que se iban buscando, no quedándole más remedio que aceptar que la sed que hasta allí le llevó tampoco allí conseguirá ser colmada.
Las vacaciones, como no podría ser de otro modo, también tienen sus sombras, y si pretendemos encontrar en ellas la luz que derrote la oscuridad de once meses, nos toparemos con la desangelada evidencia de que cualquier felicidad que deleguemos al mañana se volverá esquiva.
Mi querido amigo Diego me decía recientemente: “Yo he venido a esta vida a ser feliz, eso es lo único que tengo claro”. Se refería a que todo aquello que se interpusiese más de la cuenta en su humano propósito lo espantaría de un manotazo como te quitas de encima una mosca cojonera. Mi apreciado amigo, ¡pero si es que no hay nada que dé más trabajo en esta vida que ser feliz! Una felicidad de profundidad claro.
La playa, la lectura, el calamar, el paseo por la montaña, la buena compañía y la sabrosa comida, qué duda cabe que son de gran ayuda para encontrarnos a gusto, pero hasta en vacaciones habrá que trabajar por echarle mano a la felicidad. Tal como dijimos no hay luces sin sombras, y tampoco hay vacaciones sin dudas, recelos, contrariedades ni miedos. Es mejor saberlo para no albergar falsas expectativas que conviertan los 8 en 6 porque esperábamos un 10. La paella y el patinete de agua dan de sí lo que dan de sí, no pretendamos que hagan el trabajo importante por nosotros.
Dicho todo esto:
Entreguémonos sin reparo al leve pinchazo de la felicidad como niños a los que el calendario les ha concedido una exigua tregua de sus mundanas rutinas y obligaciones. Rutinas y obligaciones sin las que por otro lado sería imposible percatarse de tan sutil pinchazo.
Sí, la vida y sus acertijos.
Sí, esto son vacaciones.
Continuará… pero ya en Septiembre.
Con permiso del viento.