Un mes después de publicar mi última novela, “Reverso”, Jose Aguado me brindó la excepcional oportunidad de hacerme una entrevista en el periódico La Razón. Para más dicha, además de en formato digital saldría en papel, algo cada vez más difícil de conseguir.
Unas semanas después de que le envié las respuestas, cuando Jose estaba maquetando el texto, ese bicho que se hace llamar como el muñeco de las Olimpiadas del 92, Covid, dio un puñetazo sobre la mesa y la entrevista, como prácticamente todas las cosas, quedaron en suspensión. Algunas de ellas, como esta entrevista, para perderse indefinidamente en el espacio.
Dadas estas circunstancias, me he decidido a publicar la entrevista por mi cuenta. Las respuestas se las envié el 23 de Febrero a las 19:47. El virus ya existía, pero en España era poco más que un susurro lejano que nadie pensaba fuese a cambiar nuestra forma de vivir. Te digo esto porque te hará gracia la penúltima respuesta y, aún más, la última. Ya lo dice el refrán: Ten cuidado con tus deseos no vayan a cumplirse.
Al final de la entrevista te dejo un enlace por si quieres echar un vistazo al libro. He visto oportuno publicarla ahora ya que además del complejo y controvertido viaje interior del personaje principal, la historia transcurre en ocho países. Las vacaciones del verano son para viajar…
ENTREVISTA
-¿Tenemos todos una sombra?
Por suerte. La luz, por necesidad, proyecta sombras. Acabar con la sombra es fulminar la luz, como extirpar los defectos es condenar las virtudes. Lo alto existe por lo bajo, lo ancho por lo estrecho, la dicha por la desgracia.
-¿Por qué hay quien la acepta mejor que otros?
A los que más les cuesta reconocer su reverso, son a aquellos que tienen una manera simple de catalogar el mundo: bien/mal. No puedo tener sombras, por pequeñas que sean, ya que sería admitir que soy un ser oscuro, defectuoso. Cuidado por otro lado con aquellos que justifican sus actos, en la premisa de no ser más que seres imperfectos sometidos a los imponderables contraluces de su falible condición humana. El diagnóstico clínico más riguroso que se me ocurre para ellos es que son unos cachondos. Vagos y victimistas, pero sobre todo, unos cachondos.
-O hay quien no le importa que le domine…
No hay decisión sin reverso. No hay atajos. Hay quien prefiere pagar los peajes de caminar junto a las sombras que saldar cuentas con las luces.
-A veces, entonces, es mejor no conocerse a sí mismo…
Los defectos más peligrosos son aquellos de los que no tenemos consciencia. ¿Cómo vamos a solucionar un problema, si no existe?
-Escapar de nosotros, al final, parece inútil.
Absolutamente. Además sería una pena huir en lugar de reconciliarse.
-Y a las pulsiones, ¿hay que entregarse o reprimirse?
Ojalá la respuesta fuese tan sencilla como plantea la pregunta. No es una cuestión de si debemos ceder a nuestras pulsiones, sino de cuándo y cuánto. ¿Cuánto hay que acercarse al acantilado para sentir el mar? Decida usted la respuesta. Y por cierto, no la comparta con nosotros. No nos interesa. Entregarse o reprimirse es algo muy personal.
-¿Qué tiene de atractiva la maldad?
Lo mismo que las águilas reales en la Comunidad de Madrid. Que hay poca. Fíjese si habrá poca maldad que aún nos llama poderosamente la atención. La bondad no vende porque hay mucha. ¿Se imagina un tour operador que propone un viaje de quince horas en avión a los australianos para avistar alguno de los millones de gorriones que hay en España? Mejor ir a ver a ese 0,0001% de hombres que ha matado a su mujer a puñetazos. ¡No me dirá que por eso no vale la pena pagar un billete de dos mil euros!
-¿Se puede perdonar un acto con otros posteriores?
La redención es un derecho, como la víctima de tus errores tiene derecho de no darte la opción de redimirte.
-Uno de los conceptos que maneja es la ingravidez: ¿la vida pesa? ¿y eso es bueno?
Lo será, la vida es muy sabía y no pone nada en el tablero que no albergue un sentido. La ingravidez es como contemplar la vida a través de un manto de agua que ensordece los pesares, pero también las alegrías. Recomiendo tener los pies firmes en el suelo y la vista flotando en el cielo.
-El protagonista se dedica a coger aviones: ¿Para qué sirve viajar?
Para engañar al tiempo. Los automatismos nos permiten hacer nuestras tareas del día a día sin conciencia, eso que pasa cuando vas al trabajo por el mismo camino de siempre. Si no hay conciencia de tiempo, no hay tiempo. Si hay automatismo, no hay conciencia. Podemos afirmar que la rutina mata.
Todo lo contrario sucede cuando viajamos. Los autobuses son distintos, los horarios son distintos, las calles son distintas, dónde te comes las tostadas del desayuno es distinto. Todo es tan distinto que estás consciente. La consciencia no puede hacer que los minutos tengan más de sesenta segundos, pero puede engordar los segundos. La vida no puede alargarse pero sí expandirse. En ese sentido, viajar es una experiencia propicia para la impresión de recuerdos, esas perlas de luz en medio de las tinieblas. Sólo los recuerdos pueden parar el tiempo. Viajar es una preciosa fábrica de recuerdos.
-La sombra, sin embargo, te acompaña…
No hay ciudades bellas o feas, hay miradas que imprimen belleza o fealdad a lo que contemplas. Por eso odias mi ciudad preferida. No encontrarás en la cima de la montaña nada que no lleves en la mochila. Los únicos viajes que sanan son los interiores.
-Va en busca de la belleza, ¿por qué?
Porque la belleza, la belleza más pura, es imposible de encontrar. Asediarla es una buena excusa para mantenerse vivo.
-La psicología, sin hacer spoiler, es fundamental en el libro. ¿Qué ofrece la psicología?
No hay que renegar de tu reverso, hay que domesticarlo. A eso ayudo a mis pacientes.
-¿Cuánto aprovecha un psicólogo de todo lo que oye para construir personajes?
Cualquier vida, deshojada con cariño hasta dejarla sin pliegues, es apasionante. A veces alguno de mis reversos me susurra, que si no soy capaz con el material biográfico que me regalan en consulta, de escribir un buen libro, sería un puñetero fracasado.
-¿Y puede la ficción siquiera aproximarse a lo que le cuentan en las consultas?
Manhattan. Unos aviones cargados de personas incrustados a 800Km/h en las sagradas esfinges del capitalismo, a ver quién supera eso. No hay escritor más intrépido, revirado y locuaz que la realidad. Los escritores somos humildes imitadores, la humanidad es nuestra maestra. Y mi consulta es un precioso Arca de Noé dónde la humanidad se muestra a pecho descubierto.
¿Cómo te informas y qué sección te gusta leer?
Uno de mis mejores momentos del día es leer el periódico acompañado de mis preciadas tostadas con mantequilla y mermelada. Confieso que desde la esquina de uno de mis reversos, deseo encontrar en las noticias alguna tragedia de dimensiones bíblicas que me saque de este sopor que a veces acompaña a estas vidas tan longevas de las que ahora disfrutamos la mayoría de los occidentales. Mi otro lado, me hace sufrir profundamente ante cualquier muestra de dolor ajeno.
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Reverso.