La lista y el tonto

Como casi todos los miércoles, los maestros elegidos no son los tipos que llegan a la luna o ganan medallas olímpicas. No porque no puedan serlo, sino porque esas lecciones a nadie se nos pasan desapercibidas. Los maestros de barrio, de hazañas anónimas, son la sombra a la que quiero arrimar tu conciencia. Eso de que a menudo, lo grande, anda a la vera de lo más pequeño.

Empezaré por el tonto, para que genere más contraste cuando conozcas al listo. A la lista en esta ocasión. Como un eclipse que no quiere dejar fuera a nadie, listo y tonto acontecieron en el mismo día.

El tonto en esta ocasión soy yo. Estoy parado en un semáforo con mi coche. En esas, interpreto, que estos camiones de la limpieza que van con la chola fuera inseminando las aceras, gana posición para «colarse». Obviamente, no estoy dispuesto a facilitarle su canallada y dejar pasar como si nada semejante ultraje a mi persona, y me adelanto unos centímetros para dificultarle el paso. El conductor, en origen, probablemente solo se echaba hacia delante para llegar a limpiar más lejos, pero como tontos al volante hay muchos, y ahora que la mujer quiere la igualdad en todo, también muchas, entró de lleno en una discusión por ver quien de los dos era más tonto. Hubo un empate técnico que se zanjó sin mayores cuando el semáforo, aburrido de nuestra tontuna, nos liberó el camino.

Unas horas después, me encuentro un mensaje en un chat de mi teléfono. La protagonista, había cumplido días atrás los cincuenta años de casada. Una heroicidad, con los tiempos que corren, más sorprendente que unos millonarios estén en ingravidez el tiempo que tarda en evaporarse los efluvios de un cuesco. Sobra decir que el reto es tener un matrimonio feliz tanto tiempo; hacer chapuzas está al alcance de cualquiera.

El caso, es que unos sobrinos no la felicitaron en una fecha tan, tan especial para ella. La mayoría de nosotros, que somos tontos, nos enfadaríamos, les apuntaríamos en nuestra libreta de pecadores, soltaríamos una pulla, nos distanciaríamos, caeríamos en suspicacias y teorías conspiratorias, callaríamos a la espera de que el otro se de cuenta de su error, les culparíamos de los derroteros que a partir de aquí llevase la relación, en definitiva, nos envenenaríamos. Pero no ella, porque ella es lista, y los que vemos amenazas y defendemos absurdamente nuestro honor como críos heridos por espadas de seda, tontos; tontos de capirote.

Esto fue lo que contestó en el chat:

Que maravilla todo lo que podemos aprender los que caemos en las garras de la suspicacia, de aquellos que andan las calles sin más armas que su gentileza.

R.R.R.