¿Normal? Me aburres

He hablado sobre este asunto con anterioridad, y más veces que tendré que hacerlo. Las cosas importantes hay que repetirlas para que sobrevivan al ruido de la rutina.
En resumen la palabra normal es confusa, pues lo normal depende de la boca que la pronuncia. ¿Lo que hoy proclamas como normal te lo parecería si hubieses nacido en otra cultura, época, género, condición económica o contexto familiar? Difícilmente serías vegano si fueses un Neandertal. Que te acusen de ser normal es un chiste, porque presuponen que ser distinto es algo digno de corregir.
Hoy quiero que veamos una idea nueva. ¿Por qué, si tenemos todos tan claro que no debemos avergonzarnos por nuestras diferencias, siguen usando esa herramienta para llevarnos al huerto? La respuesta es sencilla, entramos al trapo.
No alimentes la hoguera. Si entras en una discusión porque te dicen que no eres normal, estás dando a entender, aunque digas lo contrario, que te irrita que te acusen de anormal. Es importante que cuando te digan que no eres normal pongas cara de póker cómo diciendo: “¡Pues vaya argumento! Entonces, ¿porqué me decías que no era buena idea desayunar un filete con patatas?”.
La gente deja de usar lo que no le sirve, si te siguen diciendo que no eres normal cuando quieres hacer algo que el otro no comparte, es porque te pones a la defensiva, cuando no a la ofensiva.
Si hay un lugar dónde puedes aplicar esto, es en tus relaciones de pareja. Veamos un ejemplo.

—A quién se le ocurre hacer eso.
—A mí.
—No es normal.
—Seguramente.
—No lo hagas entonces.
—No veo porqué no.
—Ya te lo he dicho, no es normal.
—Eso no es algo que me importe.
—Eres un prepotente (o “una”, cada cual que ponga a los diálogos el género que considere).
—¿Por no darte la razón? En todo caso seré anormal.
—Claro, tú siempre tienes la razón.
—Es que no busco tener la razón, solo quiero comerme este filete con patatas para desayunar.
—Menuda ocurrencia.
—Gracias.
—No era un halago.
—Para mí sí.
—Te lo vas a comer, ¿verdad?
—Claro.
—Te cuesta un triunfo dar tu brazo a torcer.
—Puedes hacerme ver una serie de inconvenientes por desayunar un filete, como estómago pesado o llevarme mucho tiempo, pero no hacer lo que los demás hacen no es un argumento para que haga o deje de hacer algo. Tengo que dejarte, he de hacerme el filete.
—Ah, muy bien, tú decides cuando se terminan las discusiones.
—No quiero discutir, solo comerme ese filete. Si quieres decirme algo nuevo adelante, para oír trivialidades como que no soy normal no tengo tiempo.
—No es bueno para el colón comer tanta carne.
—Es cierto, tendré que regular mi consumo. Algún día.
—Reconoces que es malo, y aún así te vas a comer ese filete, solo para demostrar que haces lo que te da la gana.
—No, me voy a tomar ese filete porque me apetece, y he decidido hacerlo aún reconociendo que tiene consecuencias negativas a largo plazo.
—¿Y te parecerá normal?
—Mira, en eso de meter la mierda debajo de la alfombra sí que soy normal, ahí me parezco mucho a todos vosotros.

El rumor del olvido.