La croqueta

Sobre la mesa, una bandeja que hace cinco minutos contenía diez croquetas, ahora solo sobrevive una. Masa esponjosa, piel dorada, crujiente al tacto, son el vivo reflejo de las croquetas que hacía tu abuela. Los comensales que te acompañan: un amigo, un hijo, una pareja, unos padres, un compañero de trabajo. Todos han comido una croqueta, sólo uno podrá repetir. Te mueres de ganas de hincarle el diente, pero liberas el tenedor como una señal de que no deseas entrar en el reparto. Bonito gesto. Te honra tu generosidad. Pocas cosas dan más felicidad que ver felices a tus seres queridos.

Al día siguiente se repite la escena. No hay mucha variación. Normalmente los que se lanzan a por esa última croqueta son siempre los mismos, los que la ceden, también. Por tanto, cuando renuncias a la croqueta no estás dando la oportunidad a que la cojan los que nunca la cogen, sino a que se la sigan comiendo los que siempre se la comen. Aún así declinas. No depende de ti quién coja o deje de coger, pero sí dar la oportunidad de que otros coman. Justo y comedido, eres un comensal con las ideas claras. Bien hecho.

Otra vez vuelves a sentarte en la mesa. Diez croquetas os esperan. Las nueve primeras caen como ni nunca debieran haberse alzado. La restante, expectante, observa a su alrededor intentando descubrir quién se hará con el botín. Tu pareja, tu hijo, alguno de tus padres, con el tenedor casi clavado en la panza de la croqueta, pregunta si alguien la quiere. Tú contestas que adelante, por favor, sería una pena que se quedase en la bandeja. Error. La has cagado. Pierdes tú y haces perder a los demás. Pierdes porque nunca te antepones, porque tus intereses siempre quedan a sotavento. Alimentas la idea de que una buena persona, en todo momento debe priorizar a sus seres queridos frente a sus deseos. Pierden los demás porque acabarán por creerse con derechos sobre ti. A base de costumbre, concluirán que si les quieres, les antepondrás, porque qué padre, hijo o pareja que se precie tendría la desfachatez de cogerse lo que ellos anhelan. Y no sólo eso. Tomándote como referencia, saldrán al mundo pensando que este debe cederles el paso siempre. Se lo merecen. Son especiales y su hambre justifica su ansia. No hay maldad, es que, la costumbre es muy didáctica, y han llegado a creerse que el mundo no tiene hambre. No es descabellado pensar así si nunca le ves abril la boca.

Por ti, y por los que quieres, a veces cógete la última croqueta.

El rumor del olvido.