Día 5

Mi semana ha ido bien, sobre todo ahora que han llegado las lluvias para sacarnos de la monótona estampa de un cielo tan azul como aburrido. Dentro de unos meses será al sol al que pidamos salvarnos del monótono frío, y así sucesivamente, porque la seguridad viene de lo conocido tanto como la ilusión del cambio.

Es comprensible vuestra resistencia a salir de la zona de confort, sobre todo cuando llegar a ella os ha supuesto un gran esfuerzo, y no me imagino a unos leones rechazando un frigorífico lleno de cebras congeladas para veinte años. Tan cierto es esto, como que en esencia, lo leones dejarían de ser leones si dejasen de cazar; al igual que los humanos dejaríais de ser lo que sois si dejaseis de buscar.

Queréis haceros funcionarios de la felicidad para tener un contrato donde se os asegure estabilidad emocional de por vida. Queréis controlar el clima, vuestros sentimientos, para no tener que adaptaros a sus caprichos. Parece ser que están investigando un tipo de bomba que si la tiras dentro de una nube puedes impedir que descargue lluvia, no sé, quizás llegue el día que sometáis a los elementos de la naturaleza, pero nunca lo lograréis con la felicidad, porque la felicidad, para existir, precisa del impulso del contraste. Ella lo sabe, y por eso no deja que acumuléis mucha de golpe ni podáis congelarla, tampoco os permite acceder a ella con facilidad, y no hace todo esto porque sea una mala madre, sino porque sabe que vuestra avaricia y voracidad no tiene límites y si fuese tan sencillo acceder a la felicidad como coger granos de arena de una playa, cogeríais tanta que romperías los ciclos de los que necesita para existir.
Es como con la comida: necesitáis animales para alimentaros, pero si cogéis demasiados se extinguirán y moriréis de hambre. Hay que respetar los ciclos de reproducción de los animales, de las emociones, aunque eso implique pasar «hambre» de vez en cuando. Es la única forma de mantener en justa armonía este tinglao que habéis montado en la tierra.

TODO VIENE Y VA

Todo lo que empieza está condenado a acabar en el preciso instante que comenzó, y sólo lo que nunca existió puede no terminar.

El recién nacido comienza a morir con su primer latido, que es justo cuando empieza a vivir. El moribundo, en su última exhalación, muere en la vida para nacer en la eternidad. El que acepta esto no nace ni muere, sino que siempre está muriendo y naciendo, transformándose, poniendo música a ese baile ancestral que es la metamorfosis de la materia.

Las ilusiones, los pesares y las alegrías; las tristezas, los logros y las derrotas; todo, absolutamente todo nace para morir, y muere para otro día volver a nacer.
Te empeñas en dar vida eterna a las ilusiones y muerte imperecedera a los pesares. A este empeño hemos acordado en llamarlo la búsqueda de la felicidad; pero supeditar la felicidad a estas condiciones es como pretender vivir en una eterna primavera que no conozca ni el frío ni el calor.

Vivir eternamente en la alegría es una quimera imposible y devastadora, hacerlo en la tristeza una idiotez y una enfermedad. La felicidad es nómada, y sólo oscilando de un lado a otro podrás toparte con ella en alguno de sus infinitos vaivenes.

La vida es frío y calor.
La vida tiene cuatro estaciones.
La vida tiene unos ciclos que hay que aprender a respetar.
¿Por qué la vida emocional iba a ser una excepción?

Con permiso del viento.