Hoy tengo el día tonto

Buenos días, si es que lo son, porque esta semana he descubierto que sin reprochar los buenos propósitos de mi padre y míos, esto de escribir un libro para ayudar a tener un buen día tiene tantos vericuetos que ni el conejo más espabilado del laboratorio puede escapar del laberinto. Los libros tenemos existencias muy estables, pero ahora que mis hojas le han tomado el pulso a la vida he comprobado algo que jamás hubiese podido imaginar, si bien, que hay días tontos; y son tontos precisamente porque no sabes por qué estás tonto. Al lío:

     No sabemos por qué, pero hay días, que te levantas con el pie torcido. Son días tontos, como el tiempo solemos decir, y es cierto que suele coincidir con días grises. Otras veces hay un sol radiante, y en esas ocasiones es aún más frustrante. Esos días tontos suelen estar vacíos, no tienes planes atractivos o los planes que ayer eran atractivos hoy carecen de todo encanto. Las palabras no te salen y tu habitual lucidez te ha dejado en la cuneta como un bobo que para decir tonterías prefiere callar, “¿Será que no sólo el día se ha vuelto tonto?” – piensas-. Hoy tengo el día tonto que le vamos a hacer, casi gemimos. Lo vamos llorando por las esquinas, escupiendo violentamente o tarareándolo con el rítmico movimiento que realizan nuestras extremidades cuando sufren de ansiedad. ¿Que qué me pasa? Y yo que sé, me he levantado así; tengo el día tonto
Otras veces la falta de ilusión no es repentina, sino que pausadamente y en silencio para no delatar su presencia va envolviéndonos, casi sin darnos cuenta, hasta convertirnos en tontos como ese día que amaneció encapotado para que no descubriésemos sus verdaderas intenciones.
No es raro que esos días tontos lleguen y se vayan con la misma rapidez que van y vienen los nubarrones en las montañas, dejándonos nuevamente con cara de tonto ante tanta aleatoriedad.

¿Y por qué no ibas a tenerlo? ¿Acaso esos días tontos te ponen en peligro? Un día tonto no tiene porqué conducir a una semana tonta ni ésta a un mes tonto ni éste a un año tonto para acabar finalmente tontamente ahorcados.
Para poder hablar de día tonto éste ha de cumplir algunos requisitos: no pueden darse más de unos cuantos al año y no pueden ser consecutivos, ya que si no serían días tontos, y no día tonto. El día ha de ser tonto, como mucho con ligera evolución a estúpido, pero no ha de llegar a día de mierda. En ese día tonto no hemos de tomar ninguna decisión importante que no tomásemos el resto de días. Son días que estamos un poco tristones o apáticos, en los que tenemos la sensación de que si nos lo propusiésemos podríamos alegrarnos, pero nos da pereza. En realidad no son días tontos, son días que dejamos que sean tontos. Tenemos el control, pero nos da pereza usarlo.

¡Qué gusto tener un día tonto! ¡Qué placer permitirse un día tonto con lo listos que siempre han querido los demás que seamos! Tranquilo, este día no es el principio del fin. La mejor forma de que un día tonto no se convierta en una vida tonta es permitiéndose ese día tonto. Estar bien en este mundo tan extraño nos queda grande a cualquiera, así que relájate por un momento y permítete ver de vez en cuando el vaso medio vacío. Estos días tontos son la campanada que necesita todo boxeador para recuperar el aliento.

A veces, hay cosas, incluso mías, que vienen y se van sin saber muy bien porqué.
No debería darle mayor importancia.

Estaba en el lago cuando volví a oír esa voz.
La conocía.
Tan queda y gris como siempre.
No era la primera vez que escuchaba sus lamentaciones, mas no me importó;
sabía que su susurro terminaría por ahogarse tan pronto saliese el sol.
Tan solo tenía que seguir remando.

Con permiso del viento.