No hay vidas rectas

El deporte, el trabajo, la conversación, el humor, el sexo, la comida…, todas estas actividades se suelen realizar en compañía, y como además de ser gratificantes son poderosos distractores, suelen ocupar la mayor parte de vuestra vida despierta. Al ser tareas distractoras y divertidas no son los lugares más adecuados para entregarse a penas muy profundas ni duraderas, de hecho, son buscadas precisamente para dar esquinazo a emociones contrabandistas que quieren arrebataros el buen ánimo. Por todo esto, tampoco son lugares muy propicios para llorar vuestras confusiones cotidianas, esas sombras que aparecen cada mañana con el rocío, cubriéndolo todo con un manto de fina humedad que aunque no llega a hacer charcos que entorpezcan el camino, los huesos lo notan.

Sabéis que quién tenéis en frente os escuchará con sensibilidad y educación, pero no debéis pasar la línea en la que vuestros problemas interfieran en sus propios placeres y distracciones, de ahí que no contéis con mucho detalle vuestras zozobras. Por otro lado vosotros mismos tampoco queréis dar bombo y platillo a vuestras sombras para no acabar pareciendo unos tristes e inmaduros, corriendo el riesgo de mancillar vuestras propias dinámicas sociales y familiares que tanto placer y distracción os aportan. Es un contrato tácito entre compañeros que acuerdan enfrentarse a las fatigas e incongruencias de la vida con placeres y entretenimiento, donde el deshoje de los miedos no debe ocupar más que una pequeña parte de la interacción.

Esta semana he descubierto algo en casa de mi padre a lo que en un primer momento no he sabido encontrar sentido. Como no sabía si mi descubrimiento se ceñía a mi padre o incluía a toda vuestra especie, he enviado un whats app a mis hermanos para que investigasen sobre el asunto desde sus librerías.
Todos, en distinta medida pero todos al fin y al cabo, confirmaron haber observado lo mismo: cuando la música y el baile se quebraban, cuando el silencio pulverizaba las risas y la conversación, cuando la calma seguía al orgasmo, cuando la soledad desplazaba a la compañía, cuando los pensamientos de dentro adormecían los ruidos y luces de las pantallas de los ordenadores, móviles, tablets y televisores de fuera, cuando el telón caía y la distracción que aportan otras personas se escurría para dejar espacio a la compañía con uno mismo, las personas comenzaban a escuchar sus miedos y dudas sobre sus trabajos, sus relaciones de pareja, sus relaciones sociales y familiares… Las personas son muy distintas y cada uno titubea con lo que le atañe, pero es curioso como todos los libros hemos escuchado en vosotros el mismo reproche: “¡Pero qué pasa conmigo que estoy mucho más inseguro que todas estas personas con las que hablo, río, juego, trabajo o hago deporte!”. Lo gracioso del asunto es que como por los motivos que hemos explicado antes tampoco tú muestras todas tus dudas y trastabeos, vienes a confirmar al resto lo perdidos y vulnerables que están; y así es como se mantiene engrasada la dinámica por la que las personas no hacéis públicas vuestras sombras dando una falsa sensación global de imperturbable luminosidad.

La solución no pasa por permitir que el rocío existencial colonice vuestra vida social, ni eliminar las distracciones, aunque por otro lado no habría que temer ni aburrirse un poco más ni hablar de vuestro desconcierto un poco más, pero si es importante que entiendas que aquel con el que bebes, comes, tienes sexo, trabajas, duermes, callas, hablas, saludas en la distancia o compartes tu vida en la cercanía, todos ellos luchan consigo mismos por entenderse e intentar averiguar si van por el camino correcto. Y la mayoría no consigue encontrar respuestas que le sirvan por mucho tiempo. No deberíais preocuparos ni sentiros raros o extraños por esto, navegar por los imprevisibles y poderosos vientos de la vida requiere constantes correcciones y discusiones con uno mismo.

Alguien podría acusarme de generalista al afirmar que todas las personas están barnizadas por la duda. Pues bien, sólo puedo decirle que acierta en sus acusaciones, porque sí, estoy convencido que unos más, otros menos, cuando se baja el telón y el público desaloja las gradas, todos, antes o después, avanzamos sin más convencimiento que el de poner un pie delante del otro; mas la dirección a seguir es un enigma que confiamos se vaya resolviendo mientras avanzamos.

No te dejes engañar por las apariencias…

Algunas vidas pueden parecer que discurren rectas, pero eso se debe a que han aprendido a tomar las curvas con elegante soltura.

Con permiso del viento.