Durante muchos meses el nombre que mi padre me puso en el DNI fue “Optimista por un día”. El título en sí me convenció desde el primer momento, pero anduve preocupado desde el principio con lo que interpretarías de la palabra optimismo. El problema lo resolvimos dedicando decenas de hojas a explicar lo que entendíamos por optimismo, pero acabamos por darnos cuenta que el resultado estaba siendo demasiado engorroso, desviándonos del objetivo central que teníamos para este libro. Fue entonces cuando decidimos cambiar el titulo por el de «Con permiso del viento, déjame ayudarte a tener un buen día». El optimismo no está exento de controversia, y como son muchos los libros de autoayuda que apelan a él como herramienta para enfrentarse a los problemas, dedicaré los próximos cuatro miércoles a defender mi caballo ganador, el Realismo Adaptativo o Realismo Guiado. He decidido hacerlo en cuatro entregas emulando la saga de Las descafeinadas 50 sombras de Grey; superándola en una para garantizar el éxito.
El optimismo es una distorsión a lo positivo como el pesimismo lo es a lo negativo. El optimismo es una mentira piadosa, como la mano sobre protectora de una madre que acaricia la cabeza de su hijo para salvarle de sus fantasmas, mientras que el pesimismo es una mentira perversa, la mano de una madre que ahoga a su hijo preparándole para las dificultades de la vida. Puestos a mentirnos, parece mejor ser un feo que se cree guapo que un guapo que se da por feo, pero el optimismo, en cuanto que perteneciente al género de las mentiras, entraña los mismos peligros que cualquiera de sus compañeros de filas. La dirección que defiendo es el realismo adaptativo, un realismo humilde, pues, ¿Quién puede afirmar que goza de la objetividad necesaria para desprenderse de la propia subjetividad?
Decir que la vida es una experiencia maravillosa de la que todo el mundo goza por igual, y que con energía positiva y buena actitud podremos conquistar cualquier estrella, con todos mis respetos, es una broma de mal gusto. Por otro lado afirmar que la vida es una secuencia de traiciones y sufrimientos cuyo único final sensato es el suicidio, me parece una estupidez aún mayor. Y desde una perspectiva realista, ¿Qué es la vida? La vida es un pastel formado por un conjunto indeterminado de fresas y piedras, en el que nuestra actitud influirá en el número y tamaño de las fresas y piedras que nos llevemos a la boca. Un optimista dirá que en su pastel no hay piedras o que estas están para apoyarse en ellas y llegar a las fresas, mientras que un pesimista afirmará que la vida está llena de piedras a las que cobardemente vestimos de fresas. En cambio el realista guiado busca y saborea las fresas, aparta las piedras cuando es posible y cuando no queda más remedio que tragárselas, suaviza su contorno para digerirlas de la mejor manera posible.
Soy realista por naturaleza, pesimista por circunstancias y optimista por devoción.
Mientras que el pesimismo entra en mi casa como si siempre hubiera sido suya, al realismo tengo que cortejarle y al optimismo embriagarle.
Si el realismo me es esquivo como la verdad, el pesimismo húmedo como la tristeza y el optimismo ingenuo como los niños, ¿A qué puedo aferrarme?
Aférrate a todo aquello que te ayude a disfrutar de tu presente sin que sea obstáculo para tu futuro.
¿Y cómo llamo a eso?
Llámalo como quieras
Con permiso del viento.