Los villanos de Walt Disney

Hay quién piensa que la maldad está presente desde la creación, como algo inherente a algunos seres humanos. Se equivoca.

La maldad no existe, las personas se pueden equivocar en los fines, y en los medios para llegar a esos fines, pero eso nada tiene que ver con la maldad. La mujer que secuestra a Rapuncel y se hace pasar por su madre no quiere hacer daño a nadie, sólo busca la juventud, pero lo hace con tanto fanatismo que está dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de parar el tiempo. Lo mismo que en el Rey León Mufasa mata a su hermano porque quiere dejar de ser ninguneado y tener poder, o el cazador de La Bella y la Bestia está cegado por el amor y su necesidad de aprobación social, la versión clásica de aquellos que ahora se caen por un precipicio buscando el selfie que les lleve a ser los molones de su pueblo virtual, paletos modernos vamos.

No, esas personas no son malas, están enfermas de ambición. Su fanatismo es el propio de alguien que busca agua en el desierto tras perder su cantimplora: lástima que no se de cuenta que vive dentro de un oasis, y que conseguir agua a cualquier precio te deja más sediento que pasar sed. Sin pasar por alto que los valores son criterios muy arbitrarios que varían mucho según en que momento de la historia y en que trozo de la tierra los juzgues.
Cuando un juez dicta sentencia no se sube al atril para gritar al imputado que es un malvado. Eso lo hacen las religiones, no la justicia. Las religiones castigan el alma, las leyes las manos.

“Pues nada, habrá que sentir lástima por esta mujer y dejar que secuestre a nuestros hijos.” —Podría pensar alguien.
Los leones no son malos, no llevan la maldad corriendo por sus venas, pero si eres una cebra tendrás que hacer algo al respecto.

La maldad es una palabra que nace del egocentrismo de quien la pronuncia.

 

Con permiso del viento.