Caquita existencial

Estás colocado en un lugar espacio temporal indefinido. Tu raza ha inventado un calendario, unos husos horarios y ha puesto nombre a los trozos de tierra, pero todo eso no es anda, material arbitrario y soluble. Ahí, de pie en tu parcelita, juegas, estudias, trabajas, tecleas las redes sociales, haces deporte, tienes proyectos familiares y retos personales, lees, pintas, cocinas y comes. Todas estas cosas, en esencia, te mantienen entretenido.
Hay momentos en la vida de un ser humano, en el que todo esto para y miras a tu alrededor. Con tantas cosas por hacer uno no toma conciencia de dónde está, como una conversación entretenida no te deja darte cuenta que estás en un paisaje precioso hasta que ésta cesa y le prestas atención. Este parar se te puede presentar cuando te has estabilizado en el trabajo y ya no hay que dejarse la piel, cuando los hijos crecen o cuando te jubilas. Pero este detenerse en el tiempo también puede suceder mucho más joven, y uno puede sentirse como vamos a explicar con diecisiete años si un sábado por la tarde se queda en casa.

Cuando uno deja de generarse ruido, escucha lo que le rodea, percibe su posición en el mundo. Es entonces cuando descubre que está en medio del universo, en un negro y sordo espacio que no viene de ningún lado, y a ningún lado va. Te puede ayudar a meterte en la explicación si te imaginas echando el zoom para atrás del Google Earth. Ahí estás tú sentado en el sofá de tu casa con tu perro y tu familia, y según vas echando para atrás y dejas abajo tu ciudad, tu país, tu planeta y la vía Láctea, la soledad se vuelve abrumadora. No te has hecho pequeño respecto al universo, todo lo contrario, eres un gigante rodeado de la nada.

Es curioso lo que pasa en nuestra sociedad. Entre los diez y los veinte años uno se pregunta de dónde viene y a dónde va después de morir. Algunos encuentran cierto consuelo en la religión o la ciencia, pero la verdad, es que nadie puede responder esa pregunta y colectivamente decidimos que hay que avanzar dejando esa cuestión sin resolver. Cosas de jóvenes, decimos. Por eso buscamos con tanto ahínco objetivos y propósitos que nos mantengas ocupados, porque cuando el ruido cesa uno se siente en medio del universo sin encontrar sentido a su existencia.
Llegados a este punto, dónde las distracciones habituales que tanto tú como la sociedad han dispuesto para mantenerte despistado se agotan, uno empieza a hacer cosas extrañas: se echa un amante, se compra una segunda casa a la que no deja de cambiar el jardín, entrena para correr una maratón, se entrega al cuidado de sus nietos o se apunta a francés.

Supongo que es lo mejor que se puede hacer, en vista de que nadie ha podido demostrar de dónde venimos, ni a dónde vamos, aunque si tuviésemos el coraje de distraernos menos y estar más calladitos, no nos cagaríamos de miedo cada vez que La Existencia nos mira fijamente a los ojos.

Con permiso del viento.