«Madrid está confinado, quién lo desconfinará, el desconfinador que lo desconfine, para volverlo a confinar, buen desconfinador será». Ya, es de tontos, pero nosotros sigamos con lo nuestro. ¡Madrid!
Entiendo que un día como hoy, dónde nos vuelven a confinar, después de habernos desconfinado del confinamiento de hace unos días, no te apetece leer sobre otra cosa que no sea la ineptitud de nuestra clase política. Te entiendo, yo tampoco deseo escribir sobre otra cosa. Pero si te parece vamos a seguir con nuestro plan, hablar de Madrid, a secas, sin permitir que virus ni payasos sin gracia nos distraigan. Y lo haremos, básicamente, porque no se lo merecen. Te presento unos párrafos sacados de «El rumor del olvido», dedicados al Parque del Retiro.
«Después de andar un rato por el Paseo de Coches, lo abandonaron por la derecha y se encaminaron por una pista de arena hasta el Palacio de Cristal. Bló se quedó boquiabierto al contemplar los árboles, la pulcritud de las vidrieras -al menos desde lejos-, el lago con sus patos, cisnes, peces y tortugas al sol, las palomas volando en escuadrones sobre las cabezas de los turistas, los troncos trenzados de los cipreses de pantano naciendo del agua…». «El cielo era de un azul deslumbrante, algo derretido por el calor. Ganaron la espalda al Palacio de Cristal por el camino que, tras bajar por la pequeña ladera, se desvanecía por una explanada cuya armonía no pasaba desapercibida a los grupos de personas que a menudo se reunían allí para realizar sus ejercicios de artes marciales o espirituales. La vista desde la entrada principal del Palacio de Cristal era magistral y, por ello, a menudo masificada. Curioso efecto este por el que los lugares más hermosos, que son los que más paz podrían propiciar, al ser invadidos por hordas de gentes pierden todo el misticismo que les ha hecho llegar hasta allí. Por eso, algunos preferían descansar en la parte de atrás del Palacio de Cristal, menos vistosa, pero donde reinaba una calma que permitía disfrutar de su belleza con cierta exclusividad…».
«Siguieron caminando hacia el Estanque Grande vigilados muy de cerca por castaños, plátanos de sombra y abedules. El estanque vibraba de actividad cualquier día del año, y esa mañana no era una excepción: los turistas andaban despreocupados, la imaginación galopaba al ritmo de los músicos callejeros y las risas de los niños cantaban en los teatrillos de marionetas. Algunos gastaban la última esperanza de encontrar respuestas en el romero que les ofrecían las gitanas o en las cartas del tarot; las parejas caminaban de la mano haciendo realidad la postal romántica con la que tanto habían soñado despiertos, y los grupos de amigos comían pipas en el escalón riéndose de sus cosas, haciendo planes de futuro, siempre de futuro, con la mirada perdida en las oscuras aguas del estanque a la caza de alguna trucha saltarina. Siempre había quien se embarcaba en la inocente aventura de montarse en una barca a jugar a piratas, mientras en la rivera asfaltada los padres caminaban junto a sus hijos y los hijos junto a los padres, independientemente de las edades de los hijos y los padres, mostrando altivos el elemento más indestructible, sin serlo, que ha creado la humanidad: la familia. Y a cualquier hora y en cualquier estación, los viejos echando migas de pan a unas palomas de las que han acabado por pensar que son las únicas que les comprenden, encontrando en esa rutina una continuidad a lo que han venido haciendo siempre: cuidar de los suyos. Viendo el transcurrir del estanque uno podría olvidar que más allá del bosque del Retiro existían otras vidas, otras penas, otros miedos y otros ruegos…».
El Retiro te está esperando. Él es ajeno a las idioteces e incongruencias humanas, incluso a la de los políticos. Si vas con la predisposición adecuada, obtendrás su abrazo a pesar de tus propias idioteces e incongruencias. Cuando estés allí, intenta respirar y mirar profundamente. Dos cosas que si se hacen bien es muy difícil hacerlas a la vez.
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